miércoles, 30 de mayo de 2012

Los tragos del rock

El mundo de la música ha vivido plagado de borrachos irredentos que para delicias de su público dieron a luz más de un himno etílico. Lo que sigue son diez historias de reviente y una recomendación: por favor, no lo intenten en casa.

Red Red Wine
¿Quiénes le cantan al vino? Una de dos: los borrachos, o los curas. Pero este último no pareciera ser el caso de Neil Diamond (quien compuso y cantó Red Red Wine por primera vez en 1968), ni el de los británicos de UB 40, que popularizaron su pegadiza versión reggae allá por el ‘83. La famosa canción pondera al tinto en su rol del ingrediente que hace olvidar: “Tinto, vino tinto/quédate cerca de mí/no me dejes solo/me está destrozando el corazón/mi triste, triste corazón”. Según diría Diamond más tarde, los UB 40 confundieron su tono original –melancólico y triste- incorporándole un ritmo festivo y hasta una sección medio rapeada. El caso es que hoy Red Red Wine continúa sonando en las fiestas argentinas, en especial hacia el momento final de las bodas. Ahora bien: tal vez (y esto pensando en las damas) alguien debería cantarle unas estrofas al blanco, que no sólo engorda menos sino que además no tiñe la boca de violeta. Total, es como dice la canción: sea el vino que sea, los recuerdos no se van.

Sweet Sangria
Tori Amos arrancó su carrera solista en el ’92, abriéndose camino con una propuesta que -en medio un panorama copado por el dance-pop y el emergente grunge- supo revivir el espíritu de artistas como Joni Mitchell en una serie de canciones de tono confesional y unas interpretaciones bien conmovedoras. En Sweet Sangría, el noveno corte de su disco Scarlet’s Walk, Tori compuso un tema en donde el piano cobró especial protagonismo junto a una voz que unas veces canta y otras murmura con un resultado de lo más sensual. Así el álbum rezuma cierto sabor popular, country y sureño, construyendo una suerte de viaje por el Estados Unidos más tradicional. En esa línea, Sweet Sangría se mete con la cuestión de la frontera y los inmigrantes mexicanos que “en un día cálido deben dejar San Antonio”. Lo que no queda demasiado claro es qué tendrá que ver con todo eso una bebida tan española como la sangría. Quizás podría tratarse de un lento derramamiento de sangre, aunque cabe pensar también en esa recurrente tendencia gringa a asimilar todo lo hispano con lo mexicano.

Gin and Juice
¿Qué se puede decir de Snoop Doog que no se haya dicho ya? Se trata de un personaje muy especial, muy rapero, muy mediático y muy carismático, o por lo menos lo suficientemente como para haber matado a un tipo y salido en libertad poco tiempo después. Su carrera se inició en 1992 (tras seis meses de prisión por tenencia de cocaína), cuando empezó colaborando en el disco debut de Dr. Dre, The Chronic. Un año más tarde y mientras grababa Doggystyle, su primer trabajo solista, Snoop fue arrestado por la muerte de Phillip Woldermarian, integrante de una banda rival que resultó muerto de un disparo en medio de una lucha armada. Más tarde sería absuelto por legítima defensa, aunque durante años siguió enredado en innumerables batallas legales. Gin and Juice es, justamente, el segundo corte de Doggystyle, una canción cuya letra versa sobre un joven que, al quedarse solo en casa, llama a sus amigos de Compton (uno de los suburbios con mayor índice de criminalidad de Los Ángeles) y entre todos organizan una fiesta en la que principalmente beben y tienen sexo con putas (excepto en el estribillo, donde además fuman porro).

One Bourbon, One Scotch, One Beer  
Nacido en 1917 en Misisipi, John Lee Hooker será siempre recordado como el indiscutido rey del boogie, un blusero de raza que cautivó al mundo con su groove primitivo e hipnótico. One Bourbon, One Scotch, One Beer apareció en su álbum de 1966 Real Folk Blues, aunque en realidad el tema había sido escrito una década antes por Rudy Toombs  y grabado por Amos Milburn. ¿Cuál es la historia de fondo? Pues la de un pobre hombre abandonado (otro más), que acodado en la barra de un bar ve pasar la horas mientras llora la partida de su amor y, como no podía ser de otra forma, bebe. Entre las muchas versiones posteriores de la canción una de las más notables fue la de George Thorogood, que la incluyó en 1977 en su primer disco, George Thorogood and The Destroyers. Del cantante y guitarrista oriundo de Wilmington se sabe que le encantan la música, la cerveza, el whisky y las mujeres, y hasta tiene un tema sumamente divertido (I drink alone) en el que relata su gusto por beber junto a un par de buenos amigos: Jack Daniel's y Jim Beam, amén de Johnny Walker y sus hermanos “Black” y “Red”. No habría sido ésta, en cambio, la pasión de John Lee Hooker, que en junio 2001 se nos fue por muerte natural y a la edad de 84 años.

Blood, Sex and Booze
Si hay tragos para divertirse y otros para olvidar, entonces tampoco podía faltar el alcohol para la hora de amar, como bien ocurre en esta canción en la que los neopunk de Green Day proponen un poco sutil combo de sangre, sexo y chupi en medio de un rollo claramente sado. “Esperando en una habitación/ todo disfrazado, atado y amordazado a una silla./ Es tan injusto./ Yo no desafiaré a moverme, para el dolor./ Ella me pone, pero es lo que necesito./ Entonces, hazlo sangrar”, reza el segundo corte de Warning, el sexto disco de la banda que en el año 2000 se transformó un rotundo fracaso comercial. Lejos había quedado las quince millones de copias vendidas por Dookie, aquel álbum tan exitoso que en 1994 supo llevar el punk a las nuevas y jovencísimas generaciones. Fue ese el año en el que la banda fue invitada a Woodstock ‘94, donde el vocalista Billie Joe Armstrong provocó una batalla de barro tan caótica que obligó a los integrantes del grupo a huir en helicóptero. Durante el episodio Mike Dirnt, bajista de la banda, fue confundido con un espectador, y al intentar volver al escenario le partieron cuatro dientes. Él contestó: "¡Hey! ¡Soy el bajista!"; a lo que el miembro de seguridad le respondió: "Eso ya lo he oído antes", para seguir entonces pegándole duro y parejo.

Whiskey in the Jar
Shane MacGowan nació en 1957 en Inglaterra, aunque al poco tiempo su familia se mudó a su Irlanda natal. Ya de chico sus cualidades como compositor comenzaron a florecer, e incluso ganó un par de concursos de poesía, hasta que a sus 14 tiernos añitos fue expulsado de la escuela por posesión de drogas. A eso de los 20 asistió a su primer concierto de los Sex Pistols y quedó tan fascinado que formó su propia banda: the Nipple Erectors, pronto rebautizada como The Nips. El grupo fracasó al poco tiempo y así Shane se empleó en una tienda de discos, hasta que en 1982, y junto a su amigo Spider Stacy, formaron The Pogues. En un principio la agrupación se llamó Pogue Mahone (gaélico de “bésame el culo”), pero la discográfica los instó a cambiar el nombre al momento de lanzar el primer disco. The Pogues comenzó a ganar cierta fama a fuerza de combinar el típico sonido irlandés –como el del folclórico Whiskey in the Jar, una canción tradicional que ya habían tocado los Thin Lizzy y más tarde también interpretarían U2 y Metallica- con la energía del punk, aunque más adelante derivaron hacia otros ritmos. Al mismo tiempo la reputación de juerguista y borracho de Mac Gowan crecía hasta el borde del mito: el cantante, por ejemplo, osó faltar en 1998 a una actuación como telonero de Bob Dylan. Fue así como en 1991 fue expulsado del grupo, tras lo cual se unió a una nueva banda llamada Shane MacGowan & The Popes.

Tequila
Tequila es una famosísima pieza instrumental del grupo estadounidense The Champs, que fue lanzada como single un 15 de enero de 1958. Se trata de un verdadero clásico del rock and roll que con los años tendría diez mil covers, convirtiéndose a la vez en el único hit radial de una banda que de otra forma se hubiera ido a pique. Lo curioso, además, es que “tequila” es la única palabra que se pronuncia en la llamativa instrumentación que hasta hoy sigue sonando en fiestas, películas, publicidades y radios de “oldies”. 

Caña seca y un membrillo
Fuera de las etiquetas de exportación, el rock local también supo rendir su tributo etílico, y en esa línea podrían citarse Mi botella de alcohol (Viejas Locas), Yo tomo (Bersuit), Candombe de resaca (Las pastillas del abuelo) y Copa rota (por Andrés Calamaro); además de Fiesta Cervezal y y Tomé Demasiado, donde Pappo canturreaba “Yo era un hombre bien/ tenía perro y mujer/un día encontré la botella de escocés”. Igual nos quedamos con Caña seca y un membrillo, de Los Redondos, que con una preciosa melodía rogaba aquello de “¡Vamos negrita, bailá hasta el fin!” al candor de un dedalito de caña.

Champagne Supernova
Gracias a las 11 millones de copias vendidas de su disco debut Definitely Maybe, las 23 millones de copias que vendió de su segundo álbum, (What's the Story) Morning Glory?, y al hecho de que su tercer trabajo, Be Here Now, se convirtió en el disco que más rápido se vendió en la historia del Reino Unido (420.000 copias en el día), Oasis sigue siendo hoy considerada una de las bandas más famosas de su país. Los hermanos Noel y Liam Gallagher fueron los líderes y compositores del grupo, sus únicos miembros originales conocidos también por sus constantes peleas. De hecho el 28 de agosto de 2009, y tras una nueva discusión con su hermano, Noel decidió dar un portazo poniendo fin a una era. Fue allá por el ‘95, poco antes de que fuera lanzado (What's the Story) Morning Glory?, cuando los medios británicos comenzaron a hacerse eco de una supuesta rivalidad entre Oasis y Blur. Es que el petardo de Noel Gallagher habría declarado algo así como que "algunos de los integrantes de Blur parecen buena gente, pero espero que otros dos de ellos mueran de sida", en referencia a Damon Albarn y Alex James. Posteriormente, de todas formas, el músico se retractaría de estas palabras. El caso es que tras la “peleita” el disco de los Gallagher se transformó en el segundo más vendido en la historia del Reino Unido, sólo superado por Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, de The Beatles. Allí, y luego de los hitazos Wonderwall y Don't Look Back In Anger, Champagne Supernova supo también imponerse como la típica canción que muestra lo que les pasa a dos capullos que de pronto tienen mucho éxito y comienzan a beber sin parar, olvidándose de que son personas normales que vienen de un barrio normal: “¿Dónde estabas mientras estábamos elevándonos?/Algún día me encontrarás/capturado bajo el derrumbe/de una supernova color champagne en el cielo.”

Pass The Wine (Sophia Loren)
En la reciente reedición de Exile on Main Street, de los Rolling Stones (uno de los discos seminales de la década del setenta), se rescató una vieja canción que durante años circuló entre las grabaciones piratas de la banda. Pass The Wine (Sophia Loren) es un shuffle que parece balancearse entre Spill the wine, de War, y Oye como va, de Santana. Ahí se destacan los coros gospel, la guitarra con slide y un entusiasta solo de armónica de Mick Jagger. ¿Qué dice la letra de este temazo? Que aunque tu trabajo apeste, tu mujer te odie y tus hijos lloren, más allá de todo eso, todavía podés sentirte un afortunado por el solo hecho de estar “alive and kicking”. “So pass me the wine, baby –remata- and let’s make some love”.

Como para compensar semejante derrotero de excesos, finalizamos con un homenaje a todos esos artistas sabios que jamás necesitaron de las drogas ni del alcohol para inspirarse, animarse o procesar las penas. El bueno de Horacio Salgán, por ejemplo, se considera el único tanguero abstemio. “Para muchos, yo era el gil del ambiente”, suele contar el maestro. “Se preguntaban: ‘¿Y este tipo cómo se divierte?’. Pero la verdad es que nunca me aburrí. Sólo puedo decir que siempre tuve otras maneras personales de divertirme”. Tal vez la respuesta pase por cultivar una vida interior riquísima. Así que salud (con jugo de naranja). Y hasta la próxima. 

lunes, 28 de mayo de 2012

Otra mirada sobre las mansiones de Buenos Aires

Testigos del lujo de otros tiempos, unas 37 mansiones siguen dando cuenta en nuestras calles de la “Belle Epoque” porteña.

Entre las tantas curiosidades arquitectónicas de Buenos Aires hay una que la distingue como única en todo el hemisferio: sus mansiones. No hay otra ciudad en el continente en la que subsistan -colosales, voluptuosas, “afrancesadas”- tantas casonas como las que hace un siglo presagiaban en estas latitudes un futuro que no fue. 

Basta mirarlas con un poco de atención para entender lo descomunal de su tamaño (hay que tener en cuenta que la mayoría eran viviendas unifamiliares) y quizás preguntarse, no sin algo de recelo, cómo fue posible que semejantes palacetes pudieran alguna vez aterrizar en estos pagos. Y lo cierto es que la mayoría fueron construidas a principios del siglo pasado, una época en la que, con vaivenes y todo, la Argentina vivió una bonanza económica que permitió a su enriquecida clase agroganadera levantar y decorar estas residencias. Y qué camino estético iban a seguir, sino el del país que por entonces representaba la panacea cultural, la idea misma de la belleza: Francia.

“Entonces era preciso mostrar una ciudad moderna, pujante, progresista”, señala Horacio Salas en 1910: La Argentina en su hora más gloriosa, un libro en el que el historiador describe algunos de los hitos más relevantes del país a lo largo de todo ese año. “Una ciudad que tuviera derecho a la clasificación que ya estaba en el aire: la París de Sudamérica”. Según explica Salas, el ideal de recrear la ciudad de la luz venía cocinándose desde la Generación del ’80 en las altas esferas sociales, que pretendían copiar a la aristocracia europea “en sus hábitos, sus gustos y hasta en su lenguaje”.

Ese esfuerzo imitativo alcanzó en estas mansiones su punto máximo, tanto que para los proyectos se impuso la “importación” de arquitectos franceses (que en la mayoría de los casos ni siquiera viajaban, sino que sólo enviaban los planos), a la par que se dilapidaban verdaderas fortunas en materiales (mármoles de Carrara, robles de Eslavonia, molduras doradas, arañas de cristal), y eso sin mencionar a las riquísimas colecciones de arte y antigüedades, que a más caras más capaces de iluminar a sus dueños con el irresistible haz del ascenso social. “En 1910 ya no bastaba ser rico –remata Salas-, sino que también había que demostrarlo”.

En su guía Buenos Aires y Alrededores, Diego Bigongiari considera que “ninguno de estos palacios es fruto del trabajo o el talento, sino de la herencia y la renta de las inmensas estancias productores de carne de fines del siglo XIX y principios del XX, complementadas con los alquileres de las casonas de San Telmo (transformadas por entonces en conventillos) y todos los posibles negocios y negociados derivados de una red casi familiar de contactos e influencias en la élite gobernante”.

Embriagada en su obsesión de parecerse a París, la alcurnia porteña se cerraba en sí misma sin sospechar el triste futuro que le esperaba: luego del crack del ’29 ni siquiera los más ricos pudieron mantener esas tremendas residencias que una a una fueron vendiéndose para convertirse en embajadas, museos y dependencias estatales. “Sobran los dedos de una mano para contar las mansiones que siguen siendo de propiedad familiar a principios del siglo XXI”, apunta Bigongiari. 

“El título del libro tiene un guiño”, confiesa Salas, una alusión al tercer tomo de las memorias de Winston Churchill, que se llama justamente "Su hora más gloriosa". Allí el británico trata el momento de máxima extensión del nazismo, que entonces había ocupado gran parte de Europa y un territorio enorme de la Unión Soviética. “Fue cuando la ocupación estaba más extendida que el Reich comenzó a recorrer el camino de la derrota”, explica.

Buenos Aires, como la París de Hemingway, era hace cien años una fiesta en su hora más gloriosa. Lástima que en el interior de las mansiones, y a la sombra de los inquilinatos, se trataba solamente de una fiesta para unos pocos afortunados ocasionales. 

Recorriendo la “París de Sudamérica”
No se sabe exactamente cuántas mansiones hubo en Buenos Aires, pero según datos de la Dirección de Patrimonio de la Ciudad hoy sobreviven cerca de 37 palacios que se concentran principalmente en las zonas de Recoleta y Retiro. Inspirados en modelos franceses, la mayoría adoptaron la misma organización: en el subsuelo se ubicaban las cocheras y depósitos y en la planta baja las áreas de recepción, donde cada salón iba precedido de una antecámara. El primer piso se reservaba para las habitaciones, y en las buhardillas se ubicaban las dependencias de servicio. Pero, ¿cuáles son, al fin y al cabo, estos palacios? Por mencionar sólo algunos, sigue aquí una lista de siete de ellos.

Palacio Paz
Hoy es la sede del Círculo Militar y queda frente a la plaza San Martín, en Santa Fe 750. El palacio fue construido entre 1902 y 1912 por José Camilo Paz (el fundador del diario La Prensa) y pronto se convirtió en la residencia urbana más imponente de Buenos Aires, con 12 mil metros cuadrados cubiertos, 35 dormitorios y 18 baños. Diseñada por el arquitecto francés Louis-Marie Henri Sortais, su majestuosidad era tal que Georges Clemenceau, tras visitarla, dijo que sería necesaria “por lo menos la corte de Luis XIV”  para llenarlo. Paradójicamente José C. Paz se instaló en Europa en 1900, donde falleció en 1912. Nunca pudo conocer su palacio.

Palacio Errázuriz Alvear
Hoy funciona allí el Museo de Arte Decorativo (Libertador 1902) y es uno de los pocos ejemplos de mansiones abiertas al público. El arquitecto francés René Sergent diseñó el proyecto en 1911 y la construcción se realizó durante la guerra, con lo cual se demoró hasta 1917. La casa fue residencia del diplomático vasco-chileno Matías Errázuriz Ortúzar y su esposa, Josefina de Alvear, quienes compraron durante su estadía en Francia muchas de las obras que hoy forman parte del museo. Cuando la familia regresó a Buenos Aires, inauguró la casa con una gran gala a la que asistió toda la alta sociedad. En 1935, tras la muerte de Josefina, la familia ofreció al estado la posibilidad de comprar la casa con la condición de que allí se instalara un museo.

Palacio Duhau
Sobre la Avenida Alvear (altura 1661), el Duhau se construyó en la década del 30 por el Arquitecto León Dourge para la familia Duhau, y en 2006 fue restaurado y transformado en un hotel de lujo: el Palacio Duhau-Park Hyatt Buenos Aires. La cuadra donde se levanta tiene, además, otras piezas de gran valor, como la residencia donde actualmente funciona la Nunciatura (concebida por Edouard Le Monnier) y la Residencia Duhau.

Palacio Bosch
Hoy es la residencia del embajador de Estados Unidos y queda en Libertador equina Kennedy. En 1910 Palermo era considerada una zona un poco alejada, pero Ernesto Bosch y su esposa, Elisa de Alvear, la eligieron de todas formas para edificar su casa. Bosch, que para entonces terminaba sus funciones como embajador en Francia, había sido llamado por Roque Sáenz Peña para ser en Buenos Aires su Ministro de Relaciones Exteriores. A cargo del proyecto estuvo el prestigioso arquitecto René Sergent, y no fue nada fácil llevarlo a cabo en medio de la guerra, pero así y todo los portones de la impresionante residencia se abrieron a la vida social en septiembre de 1918. Cinco años más tarde, poco antes del crash del 29, la propiedad fue vendida al gobierno de los Estados Unidos.

Palacio Pereda
Aunque desde 1944 es la residencia del embajador de Brasil (en la calle Arroyo 1130), el palacio Pereda fue construido por encargo del multimillonario ganadero Celedonio Pereda según planos del arquitecto francés Louis Martin, luego reemplazado por su colega belga Julio Dormal. El edificio, que guarda una gran semejanza con el Museo Jacquemart André de París, tiene en su interior formidables telas del pintor español José María Sert. En la plazoleta Carlos Pellegrini (hacia la cual se asoma este palacio), puede verse también la sede del Jockey Club (ex residencia Unzué Casares), como así también, sobre Cerrito, “La Mansión” del Hotel Four Seasons, que perteneció a la misma familia.

Palacio Anchorena
El Palacio Anchorena (Arenales 761) fue construido en 1905 por el arquitecto argentino-noruego Alejandro Christophersen a pedido de Mercedes Castellanos de Anchorena, una dama de gran personalidad y dueña de una de las fortunas más importantes de su época. Gran promotora de obras de caridad (a las que solía aportar fabulosas sumas de dinero), Mercedes tuvo once hijos, de los cuales sólo cinco la sobrevivieron. En 1936 el Palacio Anchorena fue adquirido por el Estado para ser sede del Ministerio de Relaciones Exteriores, y pasó a llamarse entonces “Palacio San Martín”. Hoy es sede Ceremonial de la Cancillería, ya que las oficinas se han trasladado al nuevo edificio de Arenales y Esmeralda.

Palacio Ortiz Basualdo
Ubicado en Cerrito 1399 fue concebido en 1912 por el arquitecto francés Paul Pater para la familia argentina Ortiz Basualdo. Fue utilizado en 1925 como residencia oficial del príncipe de Gales, quien quedó admirado por el confort y el grandioso carácter del edificio. Desde 1939 es la sede de la embajada de Francia, a pesar de lo cual a fines de los 70 estuvo a punto de ser demolido para abrir la 9 de julio. Finalmente, y gracias a las protestas del gobierno francés y de los ciudadanos porteños, la avenida más ancha del mundo torció el rumbo para evitarlo.

miércoles, 23 de mayo de 2012

5 claves para detectar un bodegón auténtico

Como la bodegonidad es algo que también se puede fingir, desde aquí van algunas pistas para que nadie les robe su derecho a una comida grasosa con vino caliente. Al bodegón, bodegón (y al restó que vayan los tilingos).

El bodegón es macho
¿Qué se sirve en un bodegón? Fácil: todo aquello que tenga que ver con el recetario tradicional porteño. Carnes asadas, pastas, matambre con rusa, cubitos de queso y salame, milanesas, tortilla de papas, albóndigas, costillitas a la riojana, pescado al roquefort, esas cosas, por lo general presentadas en un extenso menú escrito con birome y alguna que otra falta de ortografía (por caso “berengenas”, que ya vendría a ser un clásico, aunque también se han leído cosas como “ravas”).  Y de postre: un par de bochas de helado, o queso y dulce, o algún flancito casero de esos que descansan en la heladera. Pero nada con cilantro, ni tomatitos cherry, ni reducción de aceto, ni vieiras con gelatina de lima. Y la rúcula, hasta ahí (por si la pide alguna minita).

Otra particularidad de los bodegones es que allí se come abundante. Siempre. Porciones soviéticas servidas en sus correspondientes bandejitas plateadas, rebosantes de morfi para empujarse sin cuidado hasta que no quede otra que desabrocharse el pantalón. Ahora bien: se trata de una forma de comer que en estos días resulta bastante anacrónica teniendo en cuenta nuestra vida sedentaria. ¿Qué hacer, entonces? ¿Hay que dejar de ir al bodegón? No, por dios. Nada que ver. Pero tampoco hay obligación de comer hasta el borde del vómito. Una buena alternativa sería compartir las porciones. Otra, optar por combinaciones un poco más moderadas, como mollejas con ensalada, o bife con tomate al medio.

En el bodegón, el mozo es ortiva
Tiene un promedio de edad de 65 años y ninguna necesidad de andar por ahí simulando la sonrisa. Tampoco de mostrarse colaborador al extremo: si el pedido no ha sido elegido la primera vez que se acerca, él simplemente se va, y luego vuelve a los quince minutos para preguntar si “ya se decidieron”. Cuando toma la comanda -o si responde alguna pregunta- el mozo de bodegón jamás mira a los ojos, sino a la puerta, o a la panera, o a la tele con el partido. Su destreza se nota más que nada al momento de destapar las gaseosas (tarea que acomete a la velocidad de un rayo), repartir los platos (arrojándolos como si estuviera dando las cartas en el truco) o fabricar con ese tenedor y esa cuchara una pinza más que correcta para tu matambrito a la pizza.

El mozo de bodegón nunca toma nota, y raramente se olvida las cosas, porque tiene lo que otros mozos no: oficio. Por eso puede permitirse ser ortiva. Cuando van a los restaurantes modernos, algunos comensales se quejan de la mocita que pregunta “¿qué van a comer, chicos?” y cada tanto se le caen las cosas, pobre. Y la culpan a ella, pero ella no tiene la culpa. Al fin y al cabo, es responsabilidad del empleador pagar un sueldo decente que permita desarrollar un oficio y mantener una familia, y no una paga miserable que solamente pueda alcanzarle a una estudiante de universidad privada para comprarse sus chucherías.

El bodegón es barato
“Se llama bodegón, o fonda, a aquel establecimiento que ofrece comida tipo casera, en porciones abundantes y con influencias de la cocina italiana y española. Los bodegones son lugares fundamentales para el encuentro con amigos o la familia, sitios entrañables de nuestros barrios. A uno le gusta permanecer en ellos”, explica el arquitecto Horacio Spinetto, autor de varios libros vinculados al valor patrimonial de la ciudad.

“En Buenos Aires existió una tipología gastronómica-edilicia característica que fue el almacén con despacho de bebidas, donde ambos sectores se comunicaban entre sí. El despacho de bebidas era básicamente un bar, en el que además se podían comer algunas pocas cosas caseras. En muchos casos ese lugar tenía más actividad que el propio almacén, razón por la cual continuó ampliándose con más y más mesas. Luego se fueron incorporando otros platos (lentejas, pastas,  guisos varios, mondongo, filet de merluza frito, polenta, milanesas con puré, algún bife de costilla y carne asada, etc, etc, etc.) a las ya existentes picadas, y así ésta fue una de las vías por las que comenzaron a aparecer los bodegones porteños. Al mismo tiempo iban abriendo otros que, sin contar con el almacén, nacían directamente como bodegón”, agrega el experto.

El caso es que el bodegón jamás podría ser caro, porque si no estaría traicionando su esencia: la de dar de comer a todo el mundo, y no solamente a la gente espléndida. Lo exclusivo es lo que excluye. El bodegón es para todos.

El bodegón no es cosa de pendejos
Una cosa son los pibes que van al bodegón con sus papás, los sientan en una sillita alta y piden para ellos un puré o alguna carne “que esté blandita”. Esos, aunque lloren, son bienvenidos. Pero por lo demás, el bodegón es como el tango: no es para pendejos. Porque no lo entienden. Igual, en un punto es lógico. ¿Cuál es la razón para apurar a un adolescente a entender las letras de Discépolo? Vos andá al Starbucks, chiquilín. Andá al Mc Donald’s que tanto te gusta con sus vasos de plástico. No pasa nada. Miralo de afuera al bodegón. Que el bodegón va a seguir ahí esperándote. Como el tango.

El bodegón no la caretea
Tal vez la categoría se evidencie más que nada por contraste. En el bodegón no hay frapperas, ni cristal, ni mantelería “fina”, ni referencias festivas al tango. El nombre del bodegón es más… -¿cómo decirlo?- “terrenal”: no navega en ocurrencias sutiles como “Sueño onírico” o “La batata rebelde”. Le sobra el ruido a platos, y le falta la música funcional. También suele hacer calor en el bodegón, mientras a veces, sentado en la caja, resopla un tipo de anteojos. En sus paredes se ven cuadritos y banderines. Pero en las mesas no hay velitas. En la entrada no hay vigilancia. Y la cuenta no llega con descuento por una promoción.

Al bodegón no le hace falta crear artificialmente la atmósfera de otro país, porque es de acá, y funciona como lo que es: un boliche propio de acá, aun destartalado, aun con olor a papa frita, los salamines colgando, las copas manchadas con rouge y el vino a 38 grados. Caretear, ¿para qué? No hace falta. Si en el bodegón todos lo saben: no hay nada mejor que la verdad desnuda.

domingo, 20 de mayo de 2012

La cocina de la patria

Al rescate de nuestra identidad culinaria, un recorrido por las anécdotas gastronómicas de la República Argentina.

De carne somos
Los historiadores coinciden al señalar que durante el siglo XIX el menú local no variaba demasiado entre el puchero (que se llamaba “olla podrida”), las carnes y algún que otro pescado de río. También en que el asado se impuso desde un principio como el gran plato nacional, aunque entonces no se usaban parrillas, sino que las reses se ensartaban en una estaca con forma de cruz. En el libro Los sabores de La Patria, Víctor Ego Ducrot menciona el poco esfuerzo que aquí se dedicaba la cocina, tal vez porque la abundancia es amiga de la pereza. “A veces mataban un animal para engullir sólo el matambre, la lengua o los caracúes –detalla-, y otras le sacaban el vientre o el mondongo con toda la grasa y le prendían fuego. Cuando estaba bien encendido, lo metían dentro de la vaca despanzurrada hasta que el animal se asase desde sus entrañas”. Lo que se dice un manjar.

La grasa de las capitales
La primera invasión inglesa, en 1806, logró en estas tierras lo que hasta entonces parecía imposible: una alianza de hecho entre distintos sectores –criollos, españoles, comerciantes, clérigos y militares- que se unieron para expulsar a los invasores. Sin embargo, vaya uno a saber por qué, el episodio de la reconquista termina siempre remitiendo a lo mismo: los litros de aceite arrojados por las calles del Buenos Aires colonial. Lamentamos tener que corregir desde aquí una anécdota tan cara al cuaderno escolar, pero lo cierto es que lo que cayó de los balcones no habría sido aceite sino grasa de vaca derretida, mucho más barata y fácil de conseguir. En cuanto a los nostálgicos que todavía lamentan que “hayamos echado a los ingleses”, Felipe Pigna se pregunta por qué supondrán ellos que entonces seríamos una superpotencia y no una ex colonia inglesa con la mayoría de su población en la miseria, como pasó con la India, Bangladesh, Pakistán y Tanzania.

Etimología
Parece que en el siglo XIX un soldado británico que recaló en Buenos Aires tuvo a bien pedir que le pasaran el adobo para el asado empleando un cocoliche que sonó a algo así como “che, give me that curry”. Y alguien que estaba al lado (aparentemente en tren de broma) repitió ahí nomás y en voz bien alta un clarísimo “chimichurri”. Se ve que el ingenio criollo picaba alto desde entonces.

Tu vuò fà l'americano
Los hábitos alimenticios de los argentinos comenzaron a expandirse gracias al invalorable aporte de los miles de inmigrantes que en algún rincón de sus valijas, entre esperanzas y sueños rotos, acomodaron también sus recetas. La más fuerte de estas influencias fue la italiana, que aportó al menú local un sinnúmero de platos y ritos, como la pasta del domingo o la costumbre del aperitivo. Como prueba basta mencionar que hoy somos el tercer centro consumidor global de pizza detrás de Roma y Nueva York. Foránea y todo, la pizza porteña sigue teniendo algunas notas que la hacen única, como el hecho de ser un poco más gruesa que la italiana o la posibilidad de comerla con fainá, guarnición que a los ojos extranjeros sigue resultando bastante insólita.

Un círculo vicioso
El alfajor es otro de los tantos productos importados (en este caso del mundo árabe) que supieron adaptarse al paladar local. El primer fabricante de alfajores argentinos fue el francés Augusto Chammás, quien en 1869 fundó una pequeña industria dedicada a la elaboración la entrañable golosina circular. La innovación de Chammás, justamente, fue confeccionar el alfajor con tabletas redondas, ya que las de sus “primos” árabes se sabe que eran cuadradas. El alfajor lleva 140 años de tradición nacional y la variedad que hoy se consigue en los kioscos es asombrosa: de hecho se calcula que en el país se venden por día 6 millones de unidades. Además, casi todas las provincias tienen sus alfajores autóctonos, en general elaborados por emprendimientos familiares que llegan al mercado a través de puntos de venta propios.

Chau soda
¿Cuál es la bebida más argentina? ¿el torrontés? ¿el mate? ¿la Cunnington? ¿la Hesperidina? Aunque en realidad data del imperio romano, desde aquí igual votamos por la soda, compañera de las mesas argentinas sin distinción de clase ni religión. La Plata supo cobijar una decena de soderías, y de hecho en la ciudad de las diagonales se ha creado un museo especialmente dedicado al sifón y a la soda. Luis Alberto Taube, su director, recuerda que en estos pagos surgió la figura del repartidor de soda, quien pronto se convirtió en amigo de sus clientes. “En las casas se dejaba la puerta entreabierta con el cajón de madera de seis unidades detrás, con los sifones vacíos y la plata debajo. El sodero los cambiaba, se llevaba el dinero y listo”, evoca. A partir de los ‘80 esta costumbre empezó a perder efervescencia, tanto que hoy el sifón de vidrio es prácticamente una reliquia.

Historia de dos ciudades
Muchos platos porteños fueron bautizados según el nombre de los restaurantes que los vieron nacer, como es el caso de nuestras queridas milanesas a la napolitana. El hecho ocurrió en la década del ’50 en el bar Nápoli, que quedaba frente al Luna Park. Cierta vez que se le quemaron las milanesas, al dueño se le ocurrió disimularlo cubriéndolas con queso y salsa de tomate. El invento, que terminó incorporado al menú, logró lo inaudito: unir en un mismo plato a dos irreconciliables ciudades del norte y el sur de Italia.

Te presento una miga
Casi siempre relegados detrás de otros bocadillos supuestamente más patrióticos, los sándwiches de miga son tan argentinos que por lo menos desde aquí no encontramos otra ciudad en el mundo en la que los preparen, exceptuando parecidos (mas no iguales) “sándwiches de confitería” uruguayos. Disponibles en cualquier panadería con un infinito surtido de rellenos, los simples y triples han formado parte de cumpleaños, comuniones y cuanto evento que necesitara de un digno servicio de lunch. También el tostado mixto (para algunos "Carlitos") es en el país una institución.

No soy de aquí ni soy de allá
¿Qué es lo que hace a la identidad culinaria de un país? A los argentinos nos encanta adjudicarnos autorías, pero la verdad es que desde las empanadas hasta el dulce de leche registran antecedentes en otros confines. Tal vez nuestra cultura gastronómica no tenga que ver tanto con lo que aquí se haya inventado, sino con lo que usualmente comemos, así se trate de platos nativos o de especialidades de afuera recreadas según la idiosincrasia local. Después de todo, ¿por qué iba a ser más argentina la mazamorra que nuestras clásicas facturas, el choripán o el bife con ensalada? Claro que lo que hoy nos identifica no es lo mismo antes: a fin de cuentas, la historia no se acabó. La historia, todavía y siempre, se sigue escribiendo.

miércoles, 16 de mayo de 2012

El negro sí puede: demoliendo mitos sobre el café


¿Cómo evaluar el café de los bares?
Para empezar hay que tocar la taza, que debe estar caliente y preferentemente limpia, no porque esto implique en sí un indicador de calidad, pero convengamos que el efecto chorreado resulta bastante desagradable. Luego viene la nariz. Un solo grano de café es capaz de encerrar hasta 900 aromas (como vainilla, chocolate, paja, coriandrio, arroz y otros 895), con lo cual las variantes en este sentido son prácticamente infinitas. En todo caso, la clave es que el aroma tiene que dar “intenso”, porque un café flojo huele a nada, a agua caliente. Si hablamos de café express, otro aspecto a observar es la espuma: aquí un defecto sería que se abra demasiado rápido formando un círculo alrededor de la taza, lo que estaría indicando que ese café está demasiado liviano. Una buena espuma, por el contrario, es lo suficientemente contundente como para sostener el azúcar por unos tres segundos. Y como nota definitiva aparece el gusto: el café debe tener sabor a café.  

¿Es Buenos Aires una “ciudad de café”?
“Eso es un mito”, dispara el sommelier de café Nicolás Artusi. “Acá lo que tenemos es cultura de cafetín”. “En la Argentina consumimos un kilo de café por habitante por año, mientras que los países que más toman café en el mundo (Finlandia, Suecia y Noruega) toman 15 kilos por habitante por año. En Brasil se consumen 8 kilos, y en Estados Unidos 4. O sea: perdemos en todas las comparaciones”. Ahora, ¿es bueno o malo el café porteño? “Es regular –dice- y el principal problema es el ninguneo de la figura del barista. Hay restaurantes que tienen un sushi man y un sommelier de vinos, pero a hacer café mandan a cualquiera. Y a la máquina express hay que conocerla, calibrarla y tener en cuenta un montón de variables. Te juro que si la ves no es fácil, casi parece un reactor nuclear”.

¿Qué quiere decir “torrado”?
Sin ningún tipo de relación con palabras como “dormido” o “aburrido”, el torrado del café hace referencia al agregado de azúcar durante el proceso de tostado. Al alcanzar altísimas temperaturas, este azúcar se carameliza y se adhiere a los granos. Resulta curioso que esta práctica se circunscriba a unos pocos países en el mundo: Argentina, Costa Rica, España, Francia y Portugal. “El café torrado es malísimo”, señala Artusi. “Bah, tampoco malísimo –aclara- pero sí conspira contra nuestra idea de degustación”. Así y todo, el torrado sintoniza de maravillas con el gusto local: es que en la Argentina estamos acostumbrados a tomar el café más bien dulce.  

¿Pueden rellenarse en casa las cápsulas de Nespresso?
Sí. Sólo hay que cortar con prolijidad la tapa ya perforada con un cuchillito filoso, lavar la cápsula, llenarla de café al ras y cubrirla con papel de aluminio, presionando con los dedos para que los bordes queden bien sellados. Los resultados pueden llegar a ser excelentes, ya que la cafetera viene calibrada para preparar esa medida en el tiempo exacto y con la temperatura justa. El siguiente video explica cómo hacerlo, y en Mercado Libre también se venden cápsulas recargables. 

Más allá de estas posibilidades, el sistema Nespresso es totalmente cerrado. Las cafeteras sólo funcionan con las cápsulas que fabrica la misma empresa, que traen 5 gramos de café y cuestan entre $4,50 y 5,90 cada una (o sea que el kilo de Nespresso cuesta alrededor de... ¡mil pesos!). Vienen en 12 variedades y únicamente se consiguen en sus boutiques, de las que en Buenos Aires hay dos: una en Montevideo 1704
 y otra en Unicenter. Esta modalidad de consumo cautiva, muy utilizada en tecnología (el iPod sería un buen ejemplo) se suma ahora al rubro alimenticio de la mano de Nestlé, compañía que tiene en Nespresso una de sus marcas de mayor crecimiento. En el fondo, no es más que otro intento de una gran compañía por modelar en su beneficio el significado que damos a los alimentos.



¿Qué es, exactamente, el café instantáneo?
Es café preparado en cantidades industriales y luego disecado, proceso que puede llevarse a cabo de dos maneras: una, sometiéndolo a altísimas temperaturas; dos, congelándolo. A partir de ahí se convierte en los “cristales” que todos conocemos.

¿De dónde sale el café?
La planta de café, que se llama “cafeto”, es un arbusto que da unas flores blancas y por supuesto, un fruto. Ese fruto (que luce como una especie de cereza) contiene dos semillas. A través de un proceso de despulpamiento, que puede ser manual o industrial, se sacan esas dos semillas, que van a ser los futuros granos de café. ¿Cuál es el proceso que tiene que mediar para que la semilla se convierta en un grano? El tostado. En la Argentina no se cultiva café, porque el cafeto crece únicamente entre los trópicos. Por eso se importa la semilla (o el grano verde), que se tuesta aquí mismo según el gusto local.

El café, ¿se gourmetizó?
Definitivamente. La oferta que hasta hace poco se reducía al café, el cortado y a lo sumo, con muchísima suerte, el capuchino, se ha visto hoy ampliada hasta límites insospechados, incluyendo potingues que vienen con crema batida, chocolates, jarabes, dulce de leche y hasta trozos de vauquita. La cadena Starbucks, pionera de esta tendencia, consiguió ganarse así el mercado de los adolescentes. “No está mal el café de Starbucks, pero yo siempre digo que en los locales no sirven café, sino leche. Su gran aporte fue rejuvenecer el segmento, disimulando el café y asimilándolo más a bien un postre”, dice Artusi. Ahora, ¿por qué uno pagaría un café tres veces más en Starbucks de lo que se paga en otra parte? Según el experto, lo que hizo Starbucks en Buenos Aires es inventar una ilusión cosmopolita. “Es como si por esa plata te fueras una hora a Nueva York. Fijate que en las páginas de celebridades adolescentes -Zack Efron, Miley Cyrus, todos ellos- están con el vasote de Starbucks. Es claramente aspiracional”.

¿Es un café igualitario el de los carritos de la calle?
Bastante. El café de los termos multicolores es bastante bueno, ya viene azucarado, puede consumirse solo o con leche y cuesta apenas cuatro o cinco pesos contra los once o doce que están cobrando el jarrito en cualquier cafetería céntrica.

¿Hasta cuánto café se puede tomar por día?
A ciencia cierta, nadie lo sabe. Depende. Es cada uno el que tiene que ir midiendo. Recordemos sí que la cafeína, si bien es un gran estimulante de la actividad cerebral, en dosis demasiado altas puede convertirse en un verdadero serrucho del sistema nervioso.

¿Por qué será que el café es tan fantástico?
Eso tampoco lo sabemos. Pero sospechamos que puede ser por su capacidad de despabilarnos, o por ese olor riquísimo, tan único que no se puede comparar con nada más. Y porque es negro, como lo mejor de la noche; fuerte, como la gente que todos los días se la banca; y caliente, igual que el sexo cuando está bueno.

viernes, 11 de mayo de 2012

Estudiantes, a comer

Los bares universitarios pueden ser ideales para almorzar a buen precio en medio de un entorno joven y chispeante.

Marzo trajo consigo un montón de cosas buenas, como el regreso del apacible otoño, el fin de la estúpida alegría veraniega, los nueve recitales de Waters y la vuelta a las aulas de los estudiantes, lo que no puede ser más que positivo teniendo en cuenta que lo que vuelve a ponerse en marcha es la rueda del conocimiento. Ahora, ¿cómo tomar contacto con esta fiesta del saber si uno no cursa ninguna carrera? La respuesta es simple: en los bares universitarios, esos lugares donde todo el mundo lee, subraya, fuma, conversa y bebe café. Además estos establecimientos suelen ser bastante baratos (se supone que los estudiantes nunca tienen dinero) y están abiertos a cualquiera que se acerque, sin que haya que exhibir ningún carnet.

Córdoba y Junín: la Recoleta universitaria
Si bien varios bares de la zona llevan nombres de lo más académicos (como “La Cátedra”, “Café de la Facu” o “Café de las Ciencias”), en cualquiera de ellos el café está a precio Palermo y el menú mediodía no baja de los $42, un poco mucho para los bolsillos flacos de un universitario promedio. Por eso tal vez lo mejor sea entrar a la Facultad de Económicas (Córdoba 2122) y dirigirse ahí mismo en la planta baja hasta la rotonda, donde un local llamado “Eco Gourmet” ofrece una milanesa con guarnición por $16 y mate con bizcochos a $13, todo en un ambiente rústico de paredes naranjas y mesas de madera cuarteada.

Menú psicológico
La situación es parecida en la Facultad de Psicología de Hipólito Yrigoyen 3242, a pocas cuadras de la Plaza Miserere. “Los bares de adentro de la facu están manejados por el centro de estudiantes, por lo cual tienen precios muuuuy baratos: podés desayunar un té con dos facturas por 3 módicos pesos, o almorzar un pan relleno y un agua por 10”, cuenta Laila Litvin, que con sus 24 años está recién recibida de esa casa de estudios. “Además –agrega- suelen traer muchas cosas de panadería elaboradas por el proyecto ‘Pan del borda’, hay tartas, empanadas, medialunas con jamón y queso, pebetes, etc. El café es bastante asqueroso, pero a veces hasta te prestan el equipo de mate. Y siempre hay gente, mucha gente, incluso algún peatón que vio luz y entró sin cursar en la facultad”.

Constitución o Barbarie
Como se sabe, la Facultad de Ciencias Sociales está en pleno proceso de contar por fin con su mentado “edificio único” en el barrio de Constitución (Santiago del Estero y Carlos Calvo). “La sede de Consti es relativamente nueva, recién el año pasado se sumaron las carreras de Ciencia Política y Comunicación, antes solamente estaba Trabajo Social. El barcito actual carece de identidad propia, las sillas y mesas son de plástico y están desparramadas por el hall como en un buffet de un club de tenis. No sugiere otra cosa que no sea la idea de tránsito”, explica Pato Foglia, hasta hace poco estudiante de Políticas.

“Pero lo que no puedo dejar de mencionar acá es la historia de otro barcito: uno que se llamaba ‘La Barbarie’ y quedaba en la anterior sede de la calle Ramos Mejía, donde siempre había comida rica y muy barata. Los platos del día no pasaban de los $5 y los parroquianos típicos iban desde rotos totales hasta perdidos que naufragaban hasta el bar, pasando por los militantes troskos y peronistas y hasta famosos: Mike Amigorena vivía al lado de la sede y alguna vez se pasó por ahí, otro habitué era Washington Cucurto. La Barbarie tenía el encanto de un hermoso ecosistema lumpen. Todo estudiante se escapó alguna vez de una clase para ir al bar y meterse en una discusión sobre el peronismo de los 70 o la Revolución Cubana, el tema importaba menos que la ductilidad verbal que exigía, una verdadero gym retórico. Además, si la charla seguía, entonces las birras también”, recuerda Pato. 

Una vez que el CBC de Bulnes de mudó a Ramos, las nuevas autoridades desalojaron a La Barbarie, cuyos mentores continuaron así y todo dando pelea por resistir con su bar. “Se trata de un comedor que fue ganado por estudiantes en lucha ante la ausencia de comedores populares que la universidad estatal debería proveer", señalaron los estudiantes en su momento a través de un comunicado.

Arquitectura gourmet
No es posible seguir este recorrido sin asignar unas líneas al proyecto edilicio más importante realizado en la UBA: la Ciudad Universitaria, que comenzó a construirse en 1958. “No hay mucho que decir sobre el ‘bar’ de la FADU, (Facultad de Arquitectura Diseño y Urbanismo), más bien deja bastante que desear. Queda en el patio central del edificio, (tercer pabellón), y es en estos términos espaciales donde obtiene su mayor ventaja, ya que goza de un provechoso lugar para desarrollar sus actividades, sumado a que se encuentra en un espacio de triple altura, (el primero y el segundo piso balconean hacia él), coronado por un techo de lucarnas que le da cierto atractivo”, revela Francisco Pignataro, quien cursa Arquitectura desde 2006.

“Aun así, a causa de la profusa cantidad de afiches políticos y el deteriorado aspecto del mobiliario, junto con una sensación lúgubre por la ausencia de una correcta iluminación, hacen de este lugar un espacio poco feliz. De hecho creo que, de no ser por encontrarse en el acceso principal, nadie evaluaría sentarse en una de sus sillas. Los precios y la calidad de sus productos tampoco ayudan. Por suerte se reabrió el histórico ‘Bar de Estudiantes’, en el ala norte de la facultad, con pintorescas visuales hacia el Río de la Plata. Los precios son accesibles y se ofrece también una variedad interesante de facturas, junto con un café aceptable”, observa.

Mi mundo privado
¿Y qué hay de las instituciones educativas privadas? Allí también hay de todo, desde el modesto “bar del quinto piso” de la Universidad Austral hasta el café top de la sede Punta Chica de San Andrés, que con su vista hacia el fabuloso campus casi parece el desayunador de un hotel cinco estrellas. Eso sí: lo que antes aparecía abierto a todo público ahora dejó de serlo, ya que en la mayoría de las entradas de estos edificios han puesto molinetes. “Me acuerdo que hasta no hace muchos años trabajaba en una oficina en Chile y Carlos Pellegrini, y de ahí solíamos salir a almorzar al bar de la UADE: la comida era fresca, el ambiente amable y los precios convenientes”, recuerda Valeria. Y completa: “un mes atrás andaba por la zona y quise volver… pero cuando vi los molinetes, me eché atrás”. Una pena, teniendo en cuenta la apertura que en general se supone debería tener un ámbito académico. Una pena y una razón más para apostar por la educación pública.

Políglotas del mundo, uníos
La idea de parar a almorzar en un bar de estudiantes no tiene por qué reducirse a las universidades. La sede central de la Alianza Francesa de Buenos Aires (Córdoba 946) esconde en su primer piso un restaurant y café que es un verdadero tesoro. “Le Bistrot” (así se llama) ocupa un pequeño espacio con un vitral espléndido y ofrece buenos platos para el mediodía y una amplia oferta de pastelería francesa a precios más que razonables. Para entrar no hace falta ser estudiante ni miembro: nadie pregunta nada a quien directamente suba la escalera caracol de la derecha y, llegado el caso, diga sin rodeos: “voy al bar”. Otro ejemplo es el de la sede de Virrey del Pino 2750 del Centro Universitario de Idiomas, más conocido como “CUI”. Ahí se enseña una veintena de lenguas en cursos regulares e intensivos, y para descansar en los recreos los alumnos disponen de un bar con una terraza al aire libre que, sin ser nada del otro mundo, en verano se presta perfecta para tomar algo y socializar con los compañeros.


Esta nota fue publicada en la revista Playboy

lunes, 7 de mayo de 2012

Diez platos del rock nacional (y dónde comerlos)

Esta vez apelamos al gen argentino de la mano de un bastión cultural que también supo meterse en la cocina: el rock.

Spaguetti del rock (Divididos). La cátedra
Desde el álbum El narigón del siglo (2000) este pegadizo tema explotó en las radios porteñas con sus potentes arreglos de cuerdas y sus metáforas incomprensibles. ¿Quién entendía, después de todo, qué significaban aquellos “pistones de un curioso motor de humanidad”, la “pantalla de la muerte y de la canción” y hasta los propios “spaghetti del rock”? Así y todo los fideos de Mollo & Arnedo quedaron inmortalizados entre los platos más pedidos del menú rockero vernáculo, y por eso hoy recomendamos probarlos en su versión con ragú de cordero de La Cátedra. De postre –obvio– sólo dame un limón. Cerviño 3943, Palermo

El salmón (Andrés Calamaro). Miranda
Es el tema con el que Calamaro suele abrir los shows y el nombre de su trabajo más titánico (quíntuple disco, año 2000), además del apodo con el que cariñosamente se conoce a este músico que ya tantas veces fue y volvió de los escenarios, de bandas varias, de España, de las drogas, del amor, del tango y del rock. A la hora de homenajear a quien, a pesar de todo, siempre siguió la misma dirección, elegimos el salmón de la parrilla fashion Miranda, que sale con verduritas y un deep de yogur y miel a $89. Si es rápido y es rico, entonces, ¿why not? Costa Rica y Fitz Roy, Palermo


Moscato, pizza y fainá. (Memphis la blusera). La universal
Lavalle, hora 23: las chuchis hierven. El fin de la noche todavía no había llegado y el primer disco de Memphis (Alma bajo la lluvia, 1982) era recibido a naranjazos limpios en el Festival B.A. Rock. Sin embargo, luego de ese inicial rechazo, el público iría poco a poco haciéndose amigo del pulso blusero y barrial de esta banda que dio a luz una verdadera catarata de hits, incluido el grasoso corte de difusión que hasta hoy puede degustarse en la ya mítica pizzería que nombra. Rivadavia al 8800, Flores.

Jugo de tomate. (Manal). Vida Bar Slow Food
Hurgando en las más remotas raíces del rock nativo nos encontramos con esta canción en la que, allá por 1970, Alejandro Medina explicaba en su seductor registro ronco y grave qué era lo que hacía falta “para inmortalizarte como héroe, asesino y semi-dios”. Nadie imaginaba entonces que cuarenta años después, en pleno furor de la comida sana, la historia le daría la razón poniendo de moda las juguerías.
Migueletes 994, La imprenta


Guacamole (Kevin Johansen). 5ta Esencia
Devoto incansable de los jueguitos de palabras, el músico angloparlante cantaba desde el primer corte de su primer disco (The Nada, 2000) aquel curioso estribillo de “vamos a comer a lo de Beto, que nos hizo guacamole”. Verde, cremoso y con un ligero toque a cebollitas y cilantro, el aderezo mexicano que supo inspirar a Johansen puede paladearse junto a un cuenco de crocantes nachos en este bonito restó de la zona norte. Debenedetti 617, La Lucila

Asado (Artistas varios). Lo de Charly
Arraigada como está en los asuntos cotidianos, no había forma de que la temática rockera no se ocupara del plato insignia de los argentinos. Desde aquel lejano “Me fascina la parrilla” que en los ochentas evocaba Virus hasta el indescifrable “La vaca y el bife” de Las pelotas, fueron varias las bandas que dedicaron un par de acordes a la carne a las brasas y sus efluvios, como es el caso del CD Chory Invaders (by Asado violento), o Un asado en Abbey Road, de los jocosos Kapanga. Ahora, puestos a elegir un sitio de dónde comer un buen asado, nos inclinamos por esta parrilla rockera por antonomasia. Álvarez Thomas 2101, Chacarita

Sopa de caracol (Fabulosos Cadillacs). Miramar
Aunque Vicentico & Cía reniegan hoy de su pasado hitero,  fueron los ritmos latinos los que los catapultaron inicialmente a Obras y a su primera gira latinoamericana después. Sopa de Caracol, del año ’91, fue un maxi de cuatro temas cuyo primer corte sigue haciendo las delicias de los fiesteros de las bodas con su irresistible “watanegui consup, iupipati, iupipati”. Como encontrar un restaurant que preparara este plato fue virtualmente imposible, recomendamos los caracoles con salsa de tomates frescos que sirven en Miramar y son, eso sí, suculentos como pocos. (Yo te avisé.) 
Av. San Juan 1999, Boedo.


Salsa! (Los Twist). Bruni
Corría 1983 y el rock contestatario dominaba el éter sin competencia cuando la banda liderada por la dupla Cipolatti-Melingo irrumpió en la escena con sus temas saltarines y divertidos. La dicha en movimiento se llamó el primer álbum cuyo cuarto corte prometía que “pajaritos de colores vas a ver, cuando pruebes esta salsa que compré”. Pero, ¿dónde probar una buena salsa? Fácil: en este emprendimiento del zorrito Von Quintiero, con especialidad en cocina italiana y pastas. Sucre 696, Bajo Belgrano


Buseca y vino tinto (La renga). El puentecito
Anticomerciales y contestatarios, los chicos de Mataderos se hicieron famosos porque, entre otras cosas, consiguieron imponer a su discográfica un aumento de regalías del escueto 3% a alrededor de un 20%. Para celebrar tamaño triunfo podrían haberse allegado hasta El puentecito, un bodegón que sirve excelentes carnes en un ámbito relajado y familiar, igual que aquella canción que, renegando de recetas complicadas, proponía allá por el ’91 que “esta noche, nena, te invito a morfar”.  Luján 2101, Barracas

Patricio Rey y sus redonditos de ricota. (Desconocido)
“Estos delirantes tipejos no publicitan un cuerno nada de lo que hacen, pero las noticias se corren y los teatros se llenan», escribía Gloria Guerrero en la revista Humor de diciembre del ‘82. Lo que nadie sabe a ciencia cierta es qué son exactamente los “redonditos” de ricota. Se supone que se trataba de ciertos bocaditos que se repartían en los primeros shows pero, ¿eran ravioles? ¿buñuelos? ¿ñoquis? Nadie puede explicarlo. Y si no hay plato, no podemos tampoco recomendar un restaurant. Por eso quizás sea mejor que, por esta vez, cada quien piense qué boliche le recuerda a los redondos, qué boliche o qué plato, o comida, o bebida, o postre, o merienda, o cerveza, o medialunas o qué manteles, de lienzo blanco, en su corazón.

Esta nota fue publicada en la revista Playboy