Aunque los números no cierren y en el camino haya que dejarse la vida,
el teatro independiente porteño sigue en carrera y mostrando además una calidad
extraordinaria.
Las obras de teatro independiente no son productos
que puedan venderse de antemano, ni resumirse en un trailer vertiginoso o un
par de diálogos publicitarios. El deleite que provocan es más… sutil. Más complicado.
Porque no se trata de puestas “divertidas”, o de textos con ideas facilongas
para que la gente se vuelva a casa feliz y con las expectativas colmadas.
Sin embargo, contra toda regla del marketing, en Buenos Aires las obras de
teatro independiente se multiplican, y el público las acompaña, y la crítica
las celebra, quizás justamente porque ese placer sutil –el que arranca por
ingresar a una sala pequeña, obligarse a comprender otros lenguajes y quedarse,
al final, con la cabeza llena de preguntas- constituye el acceso a un tipo de
sensaciones tan sublimes como auténticas.
A principios de 2002, cuando los medios del mundo
relataban cómo la Argentina se caía a pedazos, algunos corresponsales fueron suspicaces como para notar otro fenómeno más allá de los cacerolazos:
el de una cartelera teatral que se mostraba más viva que nunca. Aun entonces se exhibían en Buenos Aires más espectáculos que en muchas
ciudades del Primer Mundo, y ni hablar si los datos se cruzaban con los de
países vecinos.
Hoy, lejos de decaer, la movida del off porteño se
mantiene de lo más burbujeante: sólo en una semana se exhiben en la ciudad unas
700 obras, y lo mejor es que no se trata de un boom ni de una moda, sino de un
fenómeno sostenido y de largo aliento. Porque en Buenos Aires hay teatro en la
calle Corrientes, pero también en las salas mínimas, en las plazas, en las
cárceles y en los garajes, en los colegios y hasta en las casas.
Para comprender este hecho es preciso trazar una división:
la que existe entre los circuitos comercial, oficial e independiente, ya que éste
último es el que se ha caracterizado por dar batalla más allá de todo contexto.
Ésa es la diferencia clave que el off muestra con respecto al
teatro comercial, que para llenar las salas suele tener que apostar a estrellitas
o fórmulas ya probadas. El teatro independiente, en cambio, puede permitirse
otra clase de búsqueda, aunque para eso tenga que dejar el alma.
Soy actor, quiero actuar
En general las puestas del under tienen un año de
preparación, y durante los tiempos de ensayo ninguno de los actores cobra un
peso. Según cuentan los directores, organizar las producciones es un verdadero
parto, ya que los integrantes del elenco tienen además sus respectivos trabajos
(algunas veces en oficinas, otras haciendo publicidades), con lo cual los
horarios se vuelven realmente difíciles de combinar.
Si bien es cierto que gran parte de las obras obtiene
un subsidio (que se tramita a través del Instituto Nacional del Teatro,
que depende de Cultura de la Nación, y Proteatro, en la Ciudad de Buenos Aires),
estas cifras con suerte alcanzan para pagar la sala y la escenografía. El resto
de la compañía trabaja en cooperativa y divide el ingreso que entra por
boletería tras cada función. En la mayoría de los proyectos la
inversión inicial parte de los propios actores, directores, escenógrafos,
iluminadores y músicos, que participan del proceso creativo en
forma gratuita o recibiendo montos de dinero ínfimos.
Lo que resulta fascinante es cómo, más allá de estos
precarios procesos de producción, la escena del off porteño alcanza una calidad
que sorprende a locales y extranjeros y triunfa en festivales internacionales,
prestigiando así a todo el teatro argentino.
“Los sinónimos como ‘off’ o ‘under’ hablan justamente
de una escisión respecto de un lenguaje instituido”, explica Guillermo Cacace,
director de las premiadas Sangra y Stéfano. “Por eso el independiente es un
teatro que merece un gran cuidado, porque tiene que ver con el deseo del
artista por fuera de los límites que le puede imponer un sistema. El teatro
independiente ha hecho por el movimiento teatral de Buenos Aires lo que ningún
otro sector, porque es semillero de talentos y el lugar donde nacen los lenguajes.
Pero ya lo decía Peter Brook: un teatro de riesgo no puede depender de la
boletería”.
Javier Acuña, actor y director de Alternativa Teatral,
sostiene que “el teatro independiente ocupa un lugar de prestigio, aunque hoy
por hoy muchos de sus integrantes quieren pasar al circuito comercial. Quizás
después vuelven a hacer teatro independiente para ‘redimirse’, pero es un
ámbito en el que todo se hace más difícil y del que, efectivamente, es
imposible vivir”, reconoce. “Mike Amigorena es un buen ejemplo de a lo que
alguien del off aspiraría”, advierte. “Ya era conocido en ese circuito a la par
que hacía algunos papeles en televisión, hasta que le llegó la oportunidad de
protagonizar Los exitosos Pells. Ésa
es la fantasía de muchos actores”.
Under… pressure
El teatro argentino siempre se caracterizó por ser
vanguardia, un espacio en el que circula el pensamiento de cambio”, marca
Lorenzo Quinteros. “Pero en un ámbito como este nada asegura que una obra va a
andar bien de público, y eso no quiere decir que sea un fracaso. Por eso hay
que subsidiar el teatro correctamente –explica-. Para que tenga nivel, y no
solamente para que no se asfixie”.
“Con respecto a las condiciones económicas en las que
producimos en Buenos Aires: son malas, claro”, asegura el director Ariel
Farace. “Pero personalmente –agrega- no creo interesante el discurso que el
dinero genera a su alrededor. Yo hago teatro porque quiero, y hago una obra en
las condiciones en las que la hago porque lo elijo. Si no me quedo en mi casa
leyendo. No es serio, como artista, quedar preso de limitaciones que terminan
debilitando la posibilidad de asumir riesgos en la creación. Por eso en este
panorama sobresalen las búsquedas apasionadas y sinceras, esas que lejos de las
variantes económicas logran marcar una diferencia”.
Ahora bien, ¿por qué es que hay tanto teatro en la ciudad?
Definitivamente las corrientes migratorias españolas, italianas y judías que
llegaron trayendo su tradición teatral tuvieron una incidencia fundamental,
aunque tampoco acaban de explicarlo del todo. “No sabría decir con exactitud en
dónde está el origen de tanta movida”, arremete Acuña. “Quizás es que haya
muchas escuelas de arte dramático que promueven el hecho de ‘hacer’, y por eso
proliferan tantas obras. Pero tiene que haber algo más. Ricardo Bartís decía
que el actor es un ser que necesariamente está en contacto con otro tipo de
pulsión, algo que únicamente le ocurre cuando está actuando. Tal vez tenga que
ver con eso”.
Los datos, en todo caso, siguen confirmando que Buenos
Aires es una de las ciudades más creativas estéticamente y de mayor nivel de
producción, incluso entre otras capitales que desde hace muchos más años juegan
en la primera teatral.
“Mi maestra fue Alejandra Boero –cuenta Claudio
Tolcachir-, ella fundó ocho teatros y siempre que tuvo dos mangos de más, lo
primero que hizo fue abrir una sala”, recuerda el creador de Timbre 4. “Es difícil
hacer cine con pocos recursos –dice- pero hay teatro que uno hace por uno,
porque quiere, aunque sea con dos palitos, una silla y cinco personas mirando.
Con eso ya se produce el fenómeno teatral y así sobrevivió el teatro
independiente, aun con dictadura y aun con crisis, porque tiene esa escapatoria: lo
hago y no tengo que pedirle permiso a nadie, tan simple como eso. Invito a
quince personas a mi casa y hago teatro”.