lunes, 28 de mayo de 2012

Otra mirada sobre las mansiones de Buenos Aires

Testigos del lujo de otros tiempos, unas 37 mansiones siguen dando cuenta en nuestras calles de la “Belle Epoque” porteña.

Entre las tantas curiosidades arquitectónicas de Buenos Aires hay una que la distingue como única en todo el hemisferio: sus mansiones. No hay otra ciudad en el continente en la que subsistan -colosales, voluptuosas, “afrancesadas”- tantas casonas como las que hace un siglo presagiaban en estas latitudes un futuro que no fue. 

Basta mirarlas con un poco de atención para entender lo descomunal de su tamaño (hay que tener en cuenta que la mayoría eran viviendas unifamiliares) y quizás preguntarse, no sin algo de recelo, cómo fue posible que semejantes palacetes pudieran alguna vez aterrizar en estos pagos. Y lo cierto es que la mayoría fueron construidas a principios del siglo pasado, una época en la que, con vaivenes y todo, la Argentina vivió una bonanza económica que permitió a su enriquecida clase agroganadera levantar y decorar estas residencias. Y qué camino estético iban a seguir, sino el del país que por entonces representaba la panacea cultural, la idea misma de la belleza: Francia.

“Entonces era preciso mostrar una ciudad moderna, pujante, progresista”, señala Horacio Salas en 1910: La Argentina en su hora más gloriosa, un libro en el que el historiador describe algunos de los hitos más relevantes del país a lo largo de todo ese año. “Una ciudad que tuviera derecho a la clasificación que ya estaba en el aire: la París de Sudamérica”. Según explica Salas, el ideal de recrear la ciudad de la luz venía cocinándose desde la Generación del ’80 en las altas esferas sociales, que pretendían copiar a la aristocracia europea “en sus hábitos, sus gustos y hasta en su lenguaje”.

Ese esfuerzo imitativo alcanzó en estas mansiones su punto máximo, tanto que para los proyectos se impuso la “importación” de arquitectos franceses (que en la mayoría de los casos ni siquiera viajaban, sino que sólo enviaban los planos), a la par que se dilapidaban verdaderas fortunas en materiales (mármoles de Carrara, robles de Eslavonia, molduras doradas, arañas de cristal), y eso sin mencionar a las riquísimas colecciones de arte y antigüedades, que a más caras más capaces de iluminar a sus dueños con el irresistible haz del ascenso social. “En 1910 ya no bastaba ser rico –remata Salas-, sino que también había que demostrarlo”.

En su guía Buenos Aires y Alrededores, Diego Bigongiari considera que “ninguno de estos palacios es fruto del trabajo o el talento, sino de la herencia y la renta de las inmensas estancias productores de carne de fines del siglo XIX y principios del XX, complementadas con los alquileres de las casonas de San Telmo (transformadas por entonces en conventillos) y todos los posibles negocios y negociados derivados de una red casi familiar de contactos e influencias en la élite gobernante”.

Embriagada en su obsesión de parecerse a París, la alcurnia porteña se cerraba en sí misma sin sospechar el triste futuro que le esperaba: luego del crack del ’29 ni siquiera los más ricos pudieron mantener esas tremendas residencias que una a una fueron vendiéndose para convertirse en embajadas, museos y dependencias estatales. “Sobran los dedos de una mano para contar las mansiones que siguen siendo de propiedad familiar a principios del siglo XXI”, apunta Bigongiari. 

“El título del libro tiene un guiño”, confiesa Salas, una alusión al tercer tomo de las memorias de Winston Churchill, que se llama justamente "Su hora más gloriosa". Allí el británico trata el momento de máxima extensión del nazismo, que entonces había ocupado gran parte de Europa y un territorio enorme de la Unión Soviética. “Fue cuando la ocupación estaba más extendida que el Reich comenzó a recorrer el camino de la derrota”, explica.

Buenos Aires, como la París de Hemingway, era hace cien años una fiesta en su hora más gloriosa. Lástima que en el interior de las mansiones, y a la sombra de los inquilinatos, se trataba solamente de una fiesta para unos pocos afortunados ocasionales. 

Recorriendo la “París de Sudamérica”
No se sabe exactamente cuántas mansiones hubo en Buenos Aires, pero según datos de la Dirección de Patrimonio de la Ciudad hoy sobreviven cerca de 37 palacios que se concentran principalmente en las zonas de Recoleta y Retiro. Inspirados en modelos franceses, la mayoría adoptaron la misma organización: en el subsuelo se ubicaban las cocheras y depósitos y en la planta baja las áreas de recepción, donde cada salón iba precedido de una antecámara. El primer piso se reservaba para las habitaciones, y en las buhardillas se ubicaban las dependencias de servicio. Pero, ¿cuáles son, al fin y al cabo, estos palacios? Por mencionar sólo algunos, sigue aquí una lista de siete de ellos.

Palacio Paz
Hoy es la sede del Círculo Militar y queda frente a la plaza San Martín, en Santa Fe 750. El palacio fue construido entre 1902 y 1912 por José Camilo Paz (el fundador del diario La Prensa) y pronto se convirtió en la residencia urbana más imponente de Buenos Aires, con 12 mil metros cuadrados cubiertos, 35 dormitorios y 18 baños. Diseñada por el arquitecto francés Louis-Marie Henri Sortais, su majestuosidad era tal que Georges Clemenceau, tras visitarla, dijo que sería necesaria “por lo menos la corte de Luis XIV”  para llenarlo. Paradójicamente José C. Paz se instaló en Europa en 1900, donde falleció en 1912. Nunca pudo conocer su palacio.

Palacio Errázuriz Alvear
Hoy funciona allí el Museo de Arte Decorativo (Libertador 1902) y es uno de los pocos ejemplos de mansiones abiertas al público. El arquitecto francés René Sergent diseñó el proyecto en 1911 y la construcción se realizó durante la guerra, con lo cual se demoró hasta 1917. La casa fue residencia del diplomático vasco-chileno Matías Errázuriz Ortúzar y su esposa, Josefina de Alvear, quienes compraron durante su estadía en Francia muchas de las obras que hoy forman parte del museo. Cuando la familia regresó a Buenos Aires, inauguró la casa con una gran gala a la que asistió toda la alta sociedad. En 1935, tras la muerte de Josefina, la familia ofreció al estado la posibilidad de comprar la casa con la condición de que allí se instalara un museo.

Palacio Duhau
Sobre la Avenida Alvear (altura 1661), el Duhau se construyó en la década del 30 por el Arquitecto León Dourge para la familia Duhau, y en 2006 fue restaurado y transformado en un hotel de lujo: el Palacio Duhau-Park Hyatt Buenos Aires. La cuadra donde se levanta tiene, además, otras piezas de gran valor, como la residencia donde actualmente funciona la Nunciatura (concebida por Edouard Le Monnier) y la Residencia Duhau.

Palacio Bosch
Hoy es la residencia del embajador de Estados Unidos y queda en Libertador equina Kennedy. En 1910 Palermo era considerada una zona un poco alejada, pero Ernesto Bosch y su esposa, Elisa de Alvear, la eligieron de todas formas para edificar su casa. Bosch, que para entonces terminaba sus funciones como embajador en Francia, había sido llamado por Roque Sáenz Peña para ser en Buenos Aires su Ministro de Relaciones Exteriores. A cargo del proyecto estuvo el prestigioso arquitecto René Sergent, y no fue nada fácil llevarlo a cabo en medio de la guerra, pero así y todo los portones de la impresionante residencia se abrieron a la vida social en septiembre de 1918. Cinco años más tarde, poco antes del crash del 29, la propiedad fue vendida al gobierno de los Estados Unidos.

Palacio Pereda
Aunque desde 1944 es la residencia del embajador de Brasil (en la calle Arroyo 1130), el palacio Pereda fue construido por encargo del multimillonario ganadero Celedonio Pereda según planos del arquitecto francés Louis Martin, luego reemplazado por su colega belga Julio Dormal. El edificio, que guarda una gran semejanza con el Museo Jacquemart André de París, tiene en su interior formidables telas del pintor español José María Sert. En la plazoleta Carlos Pellegrini (hacia la cual se asoma este palacio), puede verse también la sede del Jockey Club (ex residencia Unzué Casares), como así también, sobre Cerrito, “La Mansión” del Hotel Four Seasons, que perteneció a la misma familia.

Palacio Anchorena
El Palacio Anchorena (Arenales 761) fue construido en 1905 por el arquitecto argentino-noruego Alejandro Christophersen a pedido de Mercedes Castellanos de Anchorena, una dama de gran personalidad y dueña de una de las fortunas más importantes de su época. Gran promotora de obras de caridad (a las que solía aportar fabulosas sumas de dinero), Mercedes tuvo once hijos, de los cuales sólo cinco la sobrevivieron. En 1936 el Palacio Anchorena fue adquirido por el Estado para ser sede del Ministerio de Relaciones Exteriores, y pasó a llamarse entonces “Palacio San Martín”. Hoy es sede Ceremonial de la Cancillería, ya que las oficinas se han trasladado al nuevo edificio de Arenales y Esmeralda.

Palacio Ortiz Basualdo
Ubicado en Cerrito 1399 fue concebido en 1912 por el arquitecto francés Paul Pater para la familia argentina Ortiz Basualdo. Fue utilizado en 1925 como residencia oficial del príncipe de Gales, quien quedó admirado por el confort y el grandioso carácter del edificio. Desde 1939 es la sede de la embajada de Francia, a pesar de lo cual a fines de los 70 estuvo a punto de ser demolido para abrir la 9 de julio. Finalmente, y gracias a las protestas del gobierno francés y de los ciudadanos porteños, la avenida más ancha del mundo torció el rumbo para evitarlo.

4 comentarios:

  1. Sobrina felicitaciones por el blog .Ya lo estoy reenviando a Chile a mis amigos Alvear, Ortuzar y los Castros

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  2. Orgullo me da que me leas vos. Vengan a visitarme y les armo un tour especial para ustedes. Muchos besos.

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  3. en la ciudad hay edificios de lujos y apartamentos en buenos aires que dan que hablar. no todos podemos acceder a ellos pero para ir de visita es muy hermoso

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  4. En mis varias visitas a la ciudad, en lo que refiere a hotel de lujo en Buenos Aires no he tenido que recorrer demasiado, la elección es siempre la misma. Saludos!

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