viernes, 11 de mayo de 2012

Estudiantes, a comer

Los bares universitarios pueden ser ideales para almorzar a buen precio en medio de un entorno joven y chispeante.

Marzo trajo consigo un montón de cosas buenas, como el regreso del apacible otoño, el fin de la estúpida alegría veraniega, los nueve recitales de Waters y la vuelta a las aulas de los estudiantes, lo que no puede ser más que positivo teniendo en cuenta que lo que vuelve a ponerse en marcha es la rueda del conocimiento. Ahora, ¿cómo tomar contacto con esta fiesta del saber si uno no cursa ninguna carrera? La respuesta es simple: en los bares universitarios, esos lugares donde todo el mundo lee, subraya, fuma, conversa y bebe café. Además estos establecimientos suelen ser bastante baratos (se supone que los estudiantes nunca tienen dinero) y están abiertos a cualquiera que se acerque, sin que haya que exhibir ningún carnet.

Córdoba y Junín: la Recoleta universitaria
Si bien varios bares de la zona llevan nombres de lo más académicos (como “La Cátedra”, “Café de la Facu” o “Café de las Ciencias”), en cualquiera de ellos el café está a precio Palermo y el menú mediodía no baja de los $42, un poco mucho para los bolsillos flacos de un universitario promedio. Por eso tal vez lo mejor sea entrar a la Facultad de Económicas (Córdoba 2122) y dirigirse ahí mismo en la planta baja hasta la rotonda, donde un local llamado “Eco Gourmet” ofrece una milanesa con guarnición por $16 y mate con bizcochos a $13, todo en un ambiente rústico de paredes naranjas y mesas de madera cuarteada.

Menú psicológico
La situación es parecida en la Facultad de Psicología de Hipólito Yrigoyen 3242, a pocas cuadras de la Plaza Miserere. “Los bares de adentro de la facu están manejados por el centro de estudiantes, por lo cual tienen precios muuuuy baratos: podés desayunar un té con dos facturas por 3 módicos pesos, o almorzar un pan relleno y un agua por 10”, cuenta Laila Litvin, que con sus 24 años está recién recibida de esa casa de estudios. “Además –agrega- suelen traer muchas cosas de panadería elaboradas por el proyecto ‘Pan del borda’, hay tartas, empanadas, medialunas con jamón y queso, pebetes, etc. El café es bastante asqueroso, pero a veces hasta te prestan el equipo de mate. Y siempre hay gente, mucha gente, incluso algún peatón que vio luz y entró sin cursar en la facultad”.

Constitución o Barbarie
Como se sabe, la Facultad de Ciencias Sociales está en pleno proceso de contar por fin con su mentado “edificio único” en el barrio de Constitución (Santiago del Estero y Carlos Calvo). “La sede de Consti es relativamente nueva, recién el año pasado se sumaron las carreras de Ciencia Política y Comunicación, antes solamente estaba Trabajo Social. El barcito actual carece de identidad propia, las sillas y mesas son de plástico y están desparramadas por el hall como en un buffet de un club de tenis. No sugiere otra cosa que no sea la idea de tránsito”, explica Pato Foglia, hasta hace poco estudiante de Políticas.

“Pero lo que no puedo dejar de mencionar acá es la historia de otro barcito: uno que se llamaba ‘La Barbarie’ y quedaba en la anterior sede de la calle Ramos Mejía, donde siempre había comida rica y muy barata. Los platos del día no pasaban de los $5 y los parroquianos típicos iban desde rotos totales hasta perdidos que naufragaban hasta el bar, pasando por los militantes troskos y peronistas y hasta famosos: Mike Amigorena vivía al lado de la sede y alguna vez se pasó por ahí, otro habitué era Washington Cucurto. La Barbarie tenía el encanto de un hermoso ecosistema lumpen. Todo estudiante se escapó alguna vez de una clase para ir al bar y meterse en una discusión sobre el peronismo de los 70 o la Revolución Cubana, el tema importaba menos que la ductilidad verbal que exigía, una verdadero gym retórico. Además, si la charla seguía, entonces las birras también”, recuerda Pato. 

Una vez que el CBC de Bulnes de mudó a Ramos, las nuevas autoridades desalojaron a La Barbarie, cuyos mentores continuaron así y todo dando pelea por resistir con su bar. “Se trata de un comedor que fue ganado por estudiantes en lucha ante la ausencia de comedores populares que la universidad estatal debería proveer", señalaron los estudiantes en su momento a través de un comunicado.

Arquitectura gourmet
No es posible seguir este recorrido sin asignar unas líneas al proyecto edilicio más importante realizado en la UBA: la Ciudad Universitaria, que comenzó a construirse en 1958. “No hay mucho que decir sobre el ‘bar’ de la FADU, (Facultad de Arquitectura Diseño y Urbanismo), más bien deja bastante que desear. Queda en el patio central del edificio, (tercer pabellón), y es en estos términos espaciales donde obtiene su mayor ventaja, ya que goza de un provechoso lugar para desarrollar sus actividades, sumado a que se encuentra en un espacio de triple altura, (el primero y el segundo piso balconean hacia él), coronado por un techo de lucarnas que le da cierto atractivo”, revela Francisco Pignataro, quien cursa Arquitectura desde 2006.

“Aun así, a causa de la profusa cantidad de afiches políticos y el deteriorado aspecto del mobiliario, junto con una sensación lúgubre por la ausencia de una correcta iluminación, hacen de este lugar un espacio poco feliz. De hecho creo que, de no ser por encontrarse en el acceso principal, nadie evaluaría sentarse en una de sus sillas. Los precios y la calidad de sus productos tampoco ayudan. Por suerte se reabrió el histórico ‘Bar de Estudiantes’, en el ala norte de la facultad, con pintorescas visuales hacia el Río de la Plata. Los precios son accesibles y se ofrece también una variedad interesante de facturas, junto con un café aceptable”, observa.

Mi mundo privado
¿Y qué hay de las instituciones educativas privadas? Allí también hay de todo, desde el modesto “bar del quinto piso” de la Universidad Austral hasta el café top de la sede Punta Chica de San Andrés, que con su vista hacia el fabuloso campus casi parece el desayunador de un hotel cinco estrellas. Eso sí: lo que antes aparecía abierto a todo público ahora dejó de serlo, ya que en la mayoría de las entradas de estos edificios han puesto molinetes. “Me acuerdo que hasta no hace muchos años trabajaba en una oficina en Chile y Carlos Pellegrini, y de ahí solíamos salir a almorzar al bar de la UADE: la comida era fresca, el ambiente amable y los precios convenientes”, recuerda Valeria. Y completa: “un mes atrás andaba por la zona y quise volver… pero cuando vi los molinetes, me eché atrás”. Una pena, teniendo en cuenta la apertura que en general se supone debería tener un ámbito académico. Una pena y una razón más para apostar por la educación pública.

Políglotas del mundo, uníos
La idea de parar a almorzar en un bar de estudiantes no tiene por qué reducirse a las universidades. La sede central de la Alianza Francesa de Buenos Aires (Córdoba 946) esconde en su primer piso un restaurant y café que es un verdadero tesoro. “Le Bistrot” (así se llama) ocupa un pequeño espacio con un vitral espléndido y ofrece buenos platos para el mediodía y una amplia oferta de pastelería francesa a precios más que razonables. Para entrar no hace falta ser estudiante ni miembro: nadie pregunta nada a quien directamente suba la escalera caracol de la derecha y, llegado el caso, diga sin rodeos: “voy al bar”. Otro ejemplo es el de la sede de Virrey del Pino 2750 del Centro Universitario de Idiomas, más conocido como “CUI”. Ahí se enseña una veintena de lenguas en cursos regulares e intensivos, y para descansar en los recreos los alumnos disponen de un bar con una terraza al aire libre que, sin ser nada del otro mundo, en verano se presta perfecta para tomar algo y socializar con los compañeros.


Esta nota fue publicada en la revista Playboy

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