martes, 1 de mayo de 2012

De la olla popular al cordero patagónico

Un menú que intenta trazar una historia sobre el peronismo, un fenómeno político tan curioso como argentino.

La definición: una ensalada
Con 67 años atravesando la historia argentina, la caracterización del peronismo sigue siendo para los cientistas sociales todo un desafío. Y no es para menos tampoco. Después de todo ¿cómo se hace para definir a un movimiento que, encabezado por un coronel, integró componentes de lo más heterogéneos, movilizó a las clases trabajadoras, ambicionó un profundo cambio social, se convirtió en eje de la resistencia popular al ser proscripto y, manteniendo su potencial electoral, cruzó el cambio de siglo con una ubicación que en el espectro político resulta bastante ambigua? 

Así y todo, en el origen del peronismo hay un acontecimiento al que tanto partidarios como adversarios adjudican por igual un papel decisivo: el 17 de octubre de 1945. Ese día, una movilización popular logró rescatar a Perón de la cárcel a la que lo habían confinado sus propios camaradas del ejército animados por los empresarios y la iglesia. Una vez liberado, el líder retomó el control de la empresa política que cuatro meses más tarde lo catapultó a la presidencia del país. Desde entonces y hasta nuestros días, el peronismo habría de ejercer una gravitación clave sobre la política argentina.


Los antecedentes: un cambio social al calor de las ollas populares
A lo largo de la década del ’30 una serie de cambios comenzó a transformar silenciosamente la fisonomía social de la Argentina. La crisis del ’29 mostró el agotamiento del modelo agroexportador y, dada la dificultad para importar, muchos productos de consumo comenzaron a producirse en el país. Este proceso, combinado con la crisis en el campo, trajo a la capital una enorme cantidad de campesinos que desde las fábricas dieron visibilidad a un nuevo sujeto social. En el plano político, la oligarquía había retomado el poder del Estado con el golpe de Uriburu, que en 1930 inauguró un período de sucesivos gobiernos conservadores conocido como “la década infame”.

“El huracán de la crisis ha arrasado con los mitos de la Gran Argentina y el rostro siniestro de la condición semicolonial asoma en todas partes”, describe la época Norberto Galasso. Y sigue: “Los desocupados de ropas raídas hacen cola en la olla popular, los rufianes controlan la calle Corrientes mientras sus pupilas levantan clientes a $2. La tuberculosis muerde los pulmones de los argentinos mal alimentados y hacinados en las villas. Las calles de la gran Capital del Sud se inundan de pordioseros y vendedores ambulantes de los más increíbles objetos”. En todo caso, había una cantidad de motivos como para pensar que, a mediados de 1943, algo tenía que pasar...

El golpe de gracia: el azúcar no endulza
En febrero del 43 al entonces presidente Ramón Castillo se le ocurrió imponer el nombre de Robustiano Patrón Costas como candidato a sucederlo en el sillón de Rivadavia. Patrón Costas, dueño del ingenio salteño San Martín del Tabacal, estaba asociado en la opinión pública con la explotación de los trabajadores azucareros, pero además era un conocido partidario del fraude y un abierto defensor de la causa aliada.

La decisión presidencial no pudo resultar más fallida, ya que hizo coincidir el rechazo tanto de la corporación militar -que de algún modo era partidaria de la “regeneración de las prácticas políticas”- como de los sectores nacionalistas, que ante todo pretendían la neutralidad. El desenlace era inminente: el 4 de junio de 1943, el gobierno de Ramón Castillo fue derrocado sin ofrecer resistencia.

El primer peronismo y los asados de parquet
Lo que sigue es historia conocida: como uno de los oficiales del GOU, Perón asumió la Secretaría de Trabajo y Previsión para impulsar desde allí la organización sindical y una legislación que establecía importantes conquistas sociales, con lo que supo captar la lealtad hasta entonces vacante del nuevo sujeto social. Luego, tras el 17 octubre, el líder arrasó en las elecciones de 1946 con el 56 por ciento de los votos. 

Durante el período conocido como “primer peronismo”, el Estado controló el comercio exterior (apropiándose de una parte de las renta de las exportaciones agropecuarias), estatizó el Banco Central y los depósitos bancarios y creó el Banco Industrial, orientado al crédito y a la producción. Se nacionalizaron los servicios públicos en manos de empresas extranjeras, se implantó el sistema jubilatorio y se extendió la cobertura pública de salud, educación y viviendas, todo frente a la mirada espantada de quienes pretendían para el país una sociedad de cuño aristocrático. La figura del “cabecita negra” se volvió patente como nunca antes, integrando una serie de términos tan despectivos como “aluvión zoológico” para referirse a los “grasas”, incapaces de recibir una vivienda decente porque –según muchos repetían- “usaban los pisos de madera para hacer asados”.

Evita cocinera: para el pueblo, la humilde papa
“Por iniciativa e inspiración de Evita, el gobierno de la provincia de Buenos Aires puso en escena una campaña propagandística sobre las virtudes y posibilidades de la solanum tuberosum esculentum, más conocida como la papa”, cuenta Víctor Ego Ducrot en el libro Los sabores de la patria. “Evita tomó la decisión un año antes de su muerte –explica- en medio de las políticas distribucionistas a favor de los pobres. Como ella se decía fiel a los “grasitas”, también se ocupó de sus mesas y, coherente con su propio origen plebeyo, recurrió al más plebeyo de los alimentos de los últimos cinco siglos”. El folleto, que llevó escueto título “La Papa”, incluía recetas como las papas a la balcarceña, las papas panaderas y el célebre pastel de papas, hasta hoy conocido como el plato preferido del General.  

“¡Deben sé lo gorila, deben sé!” (bananas para todos)
En su monumental Peronismo, filosofía política de una persistencia argentina, José Pablo Feinmann explica (vía Hegel) que “el ser y la nada son intercambiables”. “Cuando algo es el todo es la nada, porque las cosas se definen por aquello que las diferencia de otras”, y por eso el antiperonismo es una obstinación argentina que, dice: “alimenta al peronismo tanto (y a veces más) como él se alimenta a sí mismo”.

Fue en 1955 que, a partir de una expresión usada en el programa radial La Revista Dislocada, los sectores antiperonistas comenzaron a calificarse de "gorilas". El término había adquirido popularidad en un espectáculo de la calle Corrientes, en uno de cuyos sketches un científico alcoholizado lideraba una expedición en busca de un cementerio de gorilas. Así, cada vez que escuchaba un ruido, el investigador repetía: "deben ser los gorilas, deben ser". La frase terminó volviéndose tan famosa que hasta dio lugar a una canción (“Deben ser los gorilas”), y luego la gente comenzó a hacerla propia repitiéndola como el refrán de moda frente a cualquier cosa que sucedía. Cuando sobrevino la “Revolución Libertadora”, al ingenio popular le quedó picando el mote de “gorilas” que los golpistas –se comenta- aceptaron en un principio más que gustosos.

La resistencia, entre las hamburguesas y el caldo de cultivo
Llegaron los años ’60 y con ellos las modas globales que, como las hamburguesas, arribaban a estas pampas desde los centros de poder. Al mismo tiempo comenzaba en el país un ciclo de inestabilidad política en el que se fueron alternando regímenes de facto con gobiernos siempre jaqueados por la presión militar. Las políticas económicas, mientras tanto, se centraron en la atracción de inversiones de capital extranjero y la integración al sistema financiero internacional. 

Perón, exiliado en Paraguay y el Caribe primero y en España después, se convirtió en árbitro de la política del país disponiendo del voto de las masas peronistas que seguían reconociendo su conducción. El recurso permanente a la proscripción, el estado de sitio y los golpes militares deslegitimaron un sistema para el cual el peronismo, según John William Cooke, era “el hecho maldito del país burgués”. 

La agitación gremial y universitaria alentó las nuevas tendencias del peronismo revolucionario, aquella “juventud maravillosa” que años más tarde fue torturada en 340 centros de detención. Perón volvió, Ezeiza fue un tiroteo, el General alcanzó la presidencia y el 1 de mayo de 1974 tuvo lugar aquella plaza en la que terminó calificando de “estúpidos” e “imberbes” a los jóvenes que lo habían acompañado. Enfermo y debilitado, el  “Viejo” murió el 1 de julio de ese año dejando en la presidencia a su viuda Isabel Martínez. “Mi único heredero es el pueblo”, fue su frase de despedida y una de las citas que tal vez exprese mejor la realidad inorgánica del movimiento que supo encabezar.

La fiesta menemista: pizza con champagne
El gobierno de Carlos Menem -que ganó las elecciones de 1989 con gran parte del apoyo del antiguo aparato- dio un giro al acoger las exigencias del neoliberalismo, poniendo fin a la concepción del peronismo como un movimiento vertebrado en la clase obrera. 

Menem privatizó las empresas de servicios públicos, el sistema jubilatorio  y hasta la empresa petrolera estatal, profundizó la apertura de la economía, recortó las conquistas obreras y mantuvo una política exterior pro estadounidense. De esa manera, aunque algunos sectores de la economía se modernizaron, el menemismo provocó una de las experiencias de pobreza, hambre y marginación social más trágicas de nuestra historia, todo en un marco de frivolidad y derroche del que la pizza con champagne se convirtió, tristemente, en uno de sus mayores símbolos.  

El cordero patagónico y después
Llegamos, por fin, hasta nuestros días. Al capital ya no lo combate nadie, y sin embargo, cuanto menos desde lo simbólico y lo discursivo, los gobiernos de los patagónicos Néstor y Cristina Kirchner lograron recuperar algunas de las banderas del movimiento que los llevó al poder. Ahora: ¿qué resultados arrojaría sobre esta administración un eventual peronómetro? Responder a esa pregunta en este espacio resulta virtualmente imposible, aunque así y todo abrimos una pequeña puerta a la reflexión al advertir que tal vez, solo tal vez, el rasgo que mejor asimile la gestión K al primer peronismo sea la identidad tan similar de sus enemigos. 

Este artículo fue publicado en la revista Playboy

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