Buenos Aires es dueña de un patrimonio arquitectónico riquísimo que a
veces, sin embargo, puede resultar desconcertante. El inagotable catálogo de
fuentes de inspiración, sumado a nuestra propensión a relaborar los distintos estilos,
dieron lugar a un perfil urbano que hoy no estaría mal calificar de "ecléctico". Es
cierto que hay cientos de edificios que por sus formas, líneas y volúmenes llaman
la atención, pero tampoco son tantos aquellos capaces de causar un impacto tan
hondo, tan dramático, como el que hasta hoy siguen generando la Biblioteca Nacional
y el ex Banco de Londres.
Tampoco es casual que ambas construcciones se inscriban en lo que se
conoce como la corriente “brutalista”, un estilo que surgió del Movimiento
Moderno y vivió su esplendor entre las décadas de 1950 y 1970, inspirándose más que nada en el trabajo de Le Corbusier y Mies van der Rohe. Las formas geométricas
angulosas, las texturas rugosas y la honestidad constructiva caracterizaron
esta tendencia que en la Argentina tuvo su principal referente en la figura de
Clorindo Testa.
Esta denominación tiene su origen en el término francés “béton brût” (hormigón crudo), y fue el crítico británico Reyner Banham quien, en un artículo escrito en 1955 para la revista Architectural Review, se ocupó de precisar el concepto -que ya circulaba- designándolo ahora como “el nuevo brutalismo”. El propio Testa, no obstante, reniega del término. “No quiero decir que sea incorrecto –nos dijo en su momento- pero apenas se trata de una catalogación, jamás me molesté en averiguar qué es el brutalismo. En la Argentina siempre se trabajó muy bien el hormigón, ya desde la década del ’20, así que había conocimiento y experiencia en el tema. Si alguien quiere decir que la Biblioteca Nacional es un edificio brutalista, a mí no me importa. Y estoy seguro de que a Francisco Bullrich tampoco le hubiera importado. Que lo llamen como quieran”.
Esta denominación tiene su origen en el término francés “béton brût” (hormigón crudo), y fue el crítico británico Reyner Banham quien, en un artículo escrito en 1955 para la revista Architectural Review, se ocupó de precisar el concepto -que ya circulaba- designándolo ahora como “el nuevo brutalismo”. El propio Testa, no obstante, reniega del término. “No quiero decir que sea incorrecto –nos dijo en su momento- pero apenas se trata de una catalogación, jamás me molesté en averiguar qué es el brutalismo. En la Argentina siempre se trabajó muy bien el hormigón, ya desde la década del ’20, así que había conocimiento y experiencia en el tema. Si alguien quiere decir que la Biblioteca Nacional es un edificio brutalista, a mí no me importa. Y estoy seguro de que a Francisco Bullrich tampoco le hubiera importado. Que lo llamen como quieran”.
En la misma línea pareciera ir María Teresa Valcarce Labrador,
profesora de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica
de Madrid, cuando señala en un ensayo de la publicación Cuaderno de Notas que el Nuevo Brutalismo, a diferencia de otros
“ismos”, “fue un movimiento, o si se prefiere una 'actitud ante la arquitectura',
que no tuvo un manifiesto, un documento fundacional, ni siquiera una
declaración de intenciones inicial. De hecho, los primeros años de su andadura
se podrían caracterizar por la vaguedad, tanto en lo referente a sus
planteamientos como a los protagonistas y sus manifestaciones”. De todas formas,
la docente va luego hilvanando allí las características enunciadas por Banham,
entre las que sobresalen la legibilidad formal de la planta, la clara
exhibición de la estructura y la valoración de los materiales por sus
cualidades inherentes.
Entre otras expresiones del brutalismo se puede mencionar el conjunto de
Park Hill en Sheffield, Gran Bretaña (construido entre 1957 y 1961); el
instituto Marchiondi, de Milán, levantado en 1959, y el Seagram Building de Nueva York, que data
de 1958. Por otro lado, la impronta brutalista porteña no se agota en los
edificios de Testa, sino que se advierte también en otros rincones de la
ciudad. La Torre Dorrego, terminada en 1972 y proyectada por los arquitectos Luis
Caffarini, Alfredo Joselevich y Alberto Ricur para viviendas de personal de la Fuerza
Aérea, es un edificio de veras monumental, de hormigón a la vista con elementos
de cierre metálico, lo que permite clasificarlo dentro de esta corriente.
¿Por qué no continuó habiendo edificios en esa línea? Según Clorindo Testa,
simplemente sucede que “las cosas cambian”. “El edificio de 1750 es distinto al
de 1800. Y el de 1800 es distinto al de 1900. Todo va cambiando, aunque nada
impide que en algún momento puedan retomarse viejas ideas”, aseguró el
arquitecto.
Si es cierto que la arquitectura se vuelve significativa a la hora de
describir una cultura, el brutalismo no sólo ayudó a revitalizar el debate
sobre las construcciones de posguerra, sino que además trajo un aire de
esperanza a los principios que supieron cimentar la arquitectura moderna.
Afortunadamente, los resultados aún están a la vista.