jueves, 11 de abril de 2013

¿Por qué le dirán brutalismo?

Surgida del Movimiento Moderno, esta singular corriente arquitectónica dejó huellas monumentales en todo el mundo y también en Buenos Aires.

Buenos Aires es dueña de un patrimonio arquitectónico riquísimo que a veces, sin embargo, puede resultar desconcertante. El inagotable catálogo de fuentes de inspiración, sumado a nuestra propensión a relaborar los distintos estilos, dieron lugar a un perfil urbano que hoy no estaría mal calificar de "ecléctico". Es cierto que hay cientos de edificios que por sus formas, líneas y volúmenes llaman la atención, pero tampoco son tantos aquellos capaces de causar un impacto tan hondo, tan dramático, como el que hasta hoy siguen generando la Biblioteca Nacional y el ex Banco de Londres.

Tampoco es casual que ambas construcciones se inscriban en lo que se conoce como la corriente “brutalista”, un estilo que surgió del Movimiento Moderno y vivió su esplendor entre las décadas de 1950 y 1970, inspirándose más que nada en el trabajo de Le Corbusier y Mies van der Rohe. Las formas geométricas angulosas, las texturas rugosas y la honestidad constructiva caracterizaron esta tendencia que en la Argentina tuvo su principal referente en la figura de Clorindo Testa.

Esta denominación tiene su origen en el término francés “béton brût” (hormigón crudo), y fue el crítico británico Reyner Banham quien, en un artículo escrito en 1955 para la revista Architectural Review, se ocupó de precisar el concepto -que ya circulaba- designándolo ahora como “el nuevo brutalismo”. El propio Testa, no obstante, reniega del término. “No quiero decir que sea incorrecto –nos dijo en su momento- pero apenas se trata de una catalogación, jamás me molesté en averiguar qué es el brutalismo. En la Argentina siempre se trabajó muy bien el hormigón, ya desde la década del ’20, así que había conocimiento y experiencia en el tema. Si alguien quiere decir que la Biblioteca Nacional es un edificio brutalista, a mí no me importa. Y estoy seguro de que a Francisco Bullrich tampoco le hubiera importado. Que lo llamen como quieran”.

En la misma línea pareciera ir María Teresa Valcarce Labrador, profesora de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid, cuando señala en un ensayo de la publicación Cuaderno de Notas que el Nuevo Brutalismo, a diferencia de otros “ismos”, “fue un movimiento, o si se prefiere una 'actitud ante la arquitectura', que no tuvo un manifiesto, un documento fundacional, ni siquiera una declaración de intenciones inicial. De hecho, los primeros años de su andadura se podrían caracterizar por la vaguedad, tanto en lo referente a sus planteamientos como a los protagonistas y sus manifestaciones”. De todas formas, la docente va luego hilvanando allí las características enunciadas por Banham, entre las que sobresalen la legibilidad formal de la planta, la clara exhibición de la estructura y la valoración de los materiales por sus cualidades inherentes.

Entre otras expresiones del brutalismo se puede mencionar el conjunto de Park Hill en Sheffield, Gran Bretaña (construido entre 1957 y 1961); el instituto Marchiondi, de Milán, levantado en 1959,  y el Seagram Building de Nueva York, que data de 1958. Por otro lado, la impronta brutalista porteña no se agota en los edificios de Testa, sino que se advierte también en otros rincones de la ciudad. La Torre Dorrego, terminada en 1972 y proyectada por los arquitectos Luis Caffarini, Alfredo Joselevich y Alberto Ricur para viviendas de personal de la Fuerza Aérea, es un edificio de veras monumental, de hormigón a la vista con elementos de cierre metálico, lo que permite clasificarlo dentro de esta corriente.

¿Por qué no continuó habiendo edificios en esa línea? Según Clorindo Testa, simplemente sucede que “las cosas cambian”. “El edificio de 1750 es distinto al de 1800. Y el de 1800 es distinto al de 1900. Todo va cambiando, aunque nada impide que en algún momento puedan retomarse viejas ideas”, aseguró el arquitecto.

Si es cierto que la arquitectura se vuelve significativa a la hora de describir una cultura, el brutalismo no sólo ayudó a revitalizar el debate sobre las construcciones de posguerra, sino que además trajo un aire de esperanza a los principios que supieron cimentar la arquitectura moderna.

Afortunadamente, los resultados aún están a la vista. 

miércoles, 13 de febrero de 2013

Revolution post

En orden cronológico y aportando un sugerente rosario de interpretaciones, va un recorrido por los solistas y las bandas que se atrevieron a dedicar unos versos a la hermana más hermosa.

Revolution (The Beatles, 1968)
Son buenos estos chicos de Liverpool. Prometen. Sin embargo esta no pareciera ser una de sus mejores canciones, sobre todo porque al calor de un año tan efervescente como 1968 la letra pareciera decir algo así como: “de acuerdo, hagamos la revolución, pero mejor vayamos despacio ¿si?, sin que se note tanto tampoco. Y quizás hasta a algunas cosas podamos mantenerlas como están”. O sea: que más que revolucionario, el tema suena medio reformista. Pero no podemos pedirle peras al olmo tampoco: más allá de la calidad incuestionable de sus canciones, los Beatles no dejaron de ser a la vez una de las bandas más comerciales en toda la historia del rock mundial.

Revolution (Nina Simone, 1969)
Talentosísima, apasionada como pocas y conocida también por su lucha en el Movimiento por los Derechos Civiles, Eunice Kathleen Waymon (tal fue su nombre real) grabó a lo largo de su carrera varias canciones de tinte político, como "To Be Young", y  "Mississippi Goddam" (en respuesta al asesinato de Medgar Evers y al ataque terrorista a la iglesia de BirminghamAlabama, en 1963, por parte de supremacistas blancos y que se saldó con la muerte de cuatro nenas negras). Este tema en particular no tuvo demasiado éxito, y en un punto tal vez sea cierto que le falte cierta “fuerza revolucionaria”, especialmente cuando intercala la línea “it’s gonna be all right”, tan habitual en el siempre hueco discurso publicitario.  

The Old Revolution (Leonard Cohen, 1969)
Como artista completo que es (cantante, pero también poeta y novelista, incluso se ganó en 2011 el Príncipe de Asturias a las Letras), Cohen despliega en este tema una letra desgarradora y melancólica, aparentemente referida a ciertos sueños revolucionarios que con el paso del tiempo fueron quedando en la nada mientras el narrador “encuentra su lugar en la cadena”. Qué podemos decir al respecto: ojalá nunca nos suceda.

Children of the Revolution (T Rex, 1972)
El tema fue lanzado como un single, pero jamás llegó a ningún álbum de esta banda que puede catalogarse como la primera agrupación “glam rock” de la historia. En cuanto a la canción que nos ocupa, la letra parece ser bastante críptica: por un lado le dice al oyente que podrá hacer un montón de cosas -como “gritar y gritar” o incluso “derribar un avión en el medio de la lluvia”- y sin embargo jamás podrá “engañar a los hijos de la revolución”. ¿Será así? También habla en un momento de cierto paseo en Rolls Royce, lo cual tal vez esté refiriéndose a la hipocresía que a veces impera en el mundillo de la música, cuando por ejemplo se cantan letras “comprometidas”, pero por otro lado el nivel de vida de los artistas que las crean no se condice para nada con su contenido.

Revolution (Bob Marley and The Wailers, 1974)
En el ’74 Marley pasó gran parte de su tiempo trabajando en "Natty Dread", un álbum que incluyó canciones como "Talkin’ Blues", "No Woman No Cry", "Lively Up Yourself" y también "Revolution", que a decir verdad no aporta nada demasiado sensacional, más que frases sueltas  como “se necesita una revolución para llegar a una solución” o “nunca deje que un político le conceda un favor”. Todo bien Bob, pero con eso no hacemos nada.

Revolution Rock (The Clash, 1979)
Una banda fuera de serie y un tema que, hamacándose con soltura entre el rock y el reggae, es capaz de hacer saltar del asiento a cualquiera con un poquito de sangre en las venas. Pero al mismo tiempo hay que reconocer que la letra se aleja ya de cualquier tinte político para cantarle, simplemente, a cierta presunta revolución rockera que nos hará mover los pies en un verdadero “estado de shock”. La canción –como es de público conocimiento- fue grabada en estos pagos por los Fabulosos Cadillacs, quienes la incluyeron en su tercer álbum, "El ritmo mundial", de 1988. 

Viva la revolution (The Adicts, 1981)
Siguiendo en la línea del punk rock británico, pasamos ahora a esta banda cuyo aspecto más revolucionario es –quizás- una trayectoria de 37 años a lo largo de la cual supieron mantener los mismos miembros y una filosofía bastante coherente. El tema del que hablamos pertenece a "Songs of Praise", el primer disco que ellos mismos financiaron, grabaron y mezclaron en apenas 24 horas. La canción, desde luego, suena poderosa, en especial cuando alienta a “levantar la voz”, “levantar la bandera” y “aplastar los símbolos que hemos tenido hasta ahora”.

Cerca de la Revolución (Charly García, 1985)
Se sabe que “Charly” grabó en 1985 su tercer álbum de estudio como solista, "Piano Bar", y ahí mismo, entre hitazos como “Demoliendo hoteles”, “Promesas sobre el bidet”, “Raros peinados nuevos” y “No se va a llamar mi amor” metió esta canción escrita en el momento preciso en el que los argentinos recuperábamos la democracia. El tema arranca con cierta angustia y desconfianza (“¿Por qué no puedo amarte?”, “¿Por qué eres tan distante?”), aunque en el estribillo se ocupa de anticipar una eventual reconciliación: “Pero si insisto, yo sé muy bien te conseguiré”.

Talking bout Revolution (Tracy Chapman, 1988)
El último y mi favorito en la lista: un tema cuya autora e intérprete es esta hermosa estadounidense que arrancó a garabatear sus primeras canciones con apenas ocho años y más tarde, mientras estudiaba música en la universidad, se dedicó a cantar en bares y hasta en la calle. “Talking bout Revolution” es el primer corte de su primer álbum, y habla de una revolución que por ahora “suena como un susurro”, aunque de todas formas te recomienda “correr, correr, correr, correr”… sin explicar demasiado hacia dónde.

Quedan muchas pero muchas más, como “Revolution is my name” (Pantera); “Industrial Revolution” (Inmortal Technique); “Revolution” (P.O.D.); “Revolution” (The Veronicas); “Sort of Revolution” (Fink), “Revolution” (John Butler Trio) y dos “The Revolution”: una por Attack Attack y la otra por The Foxes. Y eso por mencionar solo algunas.

*****

Me gusta la revolución, me gusta esa palabra. Me gusta que la piensen y que le escriban canciones, me ciega de amor cuando alguien es capaz de pararse enfrente de un micrófono y decir: “Joder, necesitamos un cambio social”. Lo que no quiero es que una palabra tan preciosa se banalice. Por ejemplo: que un jabón para la ropa termine siendo “revolucionario”.

Pónganle la voz entonces los que saben cómo hacerlo, métanle guitarras y un piano y baterías, compónganle himnos y suéñenla, todo junto si quieren, pero en el medio de la fiesta, mientras cantamos y bailamos, no nos olvidemos de que de una vez, más temprano que tarde, deberíamos ponernos de acuerdo y empezar a hacerla. 

martes, 25 de septiembre de 2012

¿Te suena California?

Un repaso cronológico por las canciones que evocaron esta tierra dorada en el sonido de guitarras deliciosas y una sucesión de imágenes de playas, rubias pulposas y algún que otro sueño roto. Un track list ideal para un viaje por la costa del Pacífico.

‘California Sun’ (1964, The Rivieras)
La canción fue grabada por primera vez en 1961 por Joe Jones, pero fueron los Rivieras quienes la convirtieron en un superéxito veraniego, más allá de que estos chicos eran en realidad de Indiana y por lo menos hasta ese momento no habían tomado contacto con ‘the warm California sun’. Es cierto que su interpretación tiene un saborcito difícil de imitar, pero igual desde aquí nos quedamos con el cover que en 1977 hicieron Los Ramones, quienes con su registro simple y todo versionaban con una soltura y naturalidad envidiables, rescatando además unos clásicos estupendos a los que siempre sacaban partido.

‘California Girls’ (1965, Beach Boys)
Qué banda los Beach Boys. En la primera mitad de los ’60 fue por lejos la más representativa del estilo de vida californiano, así como también de la música y la cultura surf. Integrada en un principio por los hermanos Wilson (Brian, Dennis y Carl), a la formación se sumó primero un primo (Mike Love), luego un compañero de estudio de Brian (Al Jardine) y más tarde Bruce Johnston. El padre de los Wilson -un tal ‘Murry’- era un compositor frustrado al que le gustaba dárselas del inventor del grupo, aunque en realidad era un violento maltratador que siempre estaba dirigiendo a sus hijos unas críticas despiadadas. La madre, Audree Korthof, tendía a desentenderse de la pesadilla tomando vodka, y hasta donde se sabe jamás discutió una orden de su marido. Tal vez parte de ese esquema ‘padre autoritario-madre negadora’ haya influido en el hecho de que, en pleno éxito de la banda, Brian comenzara a escuchar voces dentro de su cabeza y sufrir ataques de pánico. Al principio buscó parar la ansiedad fumando marihuana, pero los efectos fueron más bien los contrarios, hasta que una noche 1965 decidió probar con otra cosa: el LSD. Tras la ingesta el músico llegó corriendo a un dormitorio y se ocultó bajo una almohada, gritando: ‘¡tengo miedo de mi mamá!, ¡tengo miedo de mi papá!’. Luego se levantó, dijo algo así como: ‘oia, esto es bastante bueno’, se dirigió a un piano y comenzó a tocar las notas de ‘California girls’, que al día siguiente terminó junto a Mike Love. Con sus problemitas y todo Brian fue una verdadera máquina musical, que entre los 19 y los 24 años dirigió, compuso, arregló, cantó, tocó y produjo 41 discos sencillos y 12 elepés, casi todos convertidos luego en grandes éxitos.

‘California Dreamin’ (1965, The Mamas and the Papas)
Considerada una de las canciones más representativas de los ’60, ‘California Dreamin’ fue escrita por John y Michelle Philips mientras vivían en Nueva York, inspirándose en la nostalgia de Michelle por su tierra natal. El tema se transformó en el primer gran éxito de este grupo folk pop, uno de los pocos –tal vez junto a The Beach Boys y The Byrds- capaces de mantener su éxito durante la llamada ‘invasión británica’. La letra parece escrita en pleno invierno neoyorkino, uno de esos días en los que a uno se le cruzan por la cabeza ideas como ‘qué seguro y tibio me sentiría si estuviera en LA’.

‘California’ (1971, Joni Mitchell)
Un tema adorable cuya autora es esta también adorable cantante y pintora canadiense. En la canción Mitchell reconoce extrañar al ‘Golden State’ como si fuera su propio hogar, tal vez porque California supo encarnar un ideal libertario que flameó en los sueños de toda una generación. Su letra atípica y compleja (como lo son casi todas las letras de Joni) se combina con una melodía dulce y melancólica. Un caramelo para almas sensibles.

‘Going to California’ (1971, Led Zeppelin)
Es la penúltima canción de su cuarto álbum de estudio, ‘Led Zeppelin IV’ y –hablando de Roma- fue dedicada a Joni Mitchell, a quien tanto Jimmy Page como Robert Plant profesaban una profunda admiración. Su estilo bien folklórico se amalgama de maravillas con la inconfundible voz de Plant, la guitarra acústica de Page y la mandolina de John Paul Jones. Pura belleza rockera.

‘Back to California’ (1971, Carole King)
‘So won't you carry me back to California/I've been on the road too long/ take me to the west coast, daddy/and let me be where I belong’, entonaba la dulce voz de Carole King desde su tercer album, ‘Music’. Si bien tuvo su mayor éxito como intérprete en la primera mitad de los ’70, King fue en realidad una compositora de éxito desde mucho antes y lo siguió siendo mucho después, con hitazos como ‘(You Make Me Feel Like) A Natural Woman’ y ‘The Loco-Motion’, por mencionar solo algunos. En este tema –que desde aquí nos suena bien ‘rutero’- la artista de Brooklyn hace gala de su estilo setentero y seductor.

‘Hotel California’ (1976, Eagles)
Su preciosa introducción resulta inconfundible, y no por nada su solo de guitarra aparece en el octavo puesto de los mejores solos de la Guitar Magazine pero, ¿de qué habla en realidad ‘Hotel California’? La letra es de lo más misteriosa y menciona desde la adicción a las drogas hasta la misma muerte, incluyendo además peligros, tentaciones y la siempre fugaz naturaleza de la fama, entre relaciones turbulentas y el inevitable fin del amor, todo en el marco de un perturbador hotel en el que el viajero/narrador decide hacer un alto. La canción sería a lo largo de los años presa de decenas de covers, como es el caso de esta versión de los Gipsy Kings que suena en un tramo de Big Lebowski, amén de que el ‘Dude’ termina despotricando más tarde contra los ‘fukin Eagles’.

‘Floodin in California’ (1983, Albert King)
Era claro que en esta lista no iba faltar el blues, y aquí lo traemos de la mano de un músico enorme que de chico arrancó cantando en los campos de algodón de Mississippi y terminó reconocido como uno de los ‘Tres Reyes del Blues a la guitarra’, junto a B.B. King y Freddie King. No sabemos exactamente a qué inundación se refiere este poderoso tema, pero claramente lamenta que ‘la lluvia no para’ mientras King intercala unos solos punzantes de su Gibson Flying V.

‘California Sunset’ (1984, Neil Young)
Desde acá lo bancamos a Neil Young cuando rumbea para el lado del country, y por eso rescatamos esta canción desde su disco ‘Old ways’, al que también se sumaron Willie Nelson y Waylon Jennings. Young es en realidad oriundo de Canadá, pero ya de muy joven se mudó a California, y de hecho allí sigue viviendo en un rancho de La Honda.

‘I remember California’ (1988, R.E.M.)
Gran banda R.E.M, virtuoso guitarrista Peter Buck y alto pelado Michael Stipe, aunque este tema en particular (décimo track de su álbum, ‘Green’) no termina de resultarnos demasiado significativo. Que el propio lector decida.

‘Californication’ (1999, Red Hot Chili Peppers)
Californianos hasta la médula y considerados los inventores del punk funk, los Red Hot no podían seguir eludiendo a su tierra natal, y así fue que decidieron ‘homenajearla’ en su séptimo álbum de estudio, el más comercial de la banda. ‘Californication’ (el disco) incorporó varias insinuaciones sexuales e introdujo también la muerte, el suicidio y las drogas, cuestiones por demás entrañables al mundillo del rock. Pero California volvería a aparecer años después en el primer track de ´Stadium Arcadium’, titulado ‘Dani California’. La canción -que se lanzó a través de un video que hace una cronología de la evolución del rock- cuenta la historia de una chica muy pobre de Mississippi que se hace ladrona de bancos y muere estando embarazada. El personaje había aparecido ya en una estrofa de ‘Californication’: ‘A teenage bride with a baby inside getting high on information’ (una novia adolescente embarazada consiguiendo información para drogarse). Un tremendo dramón para el que la melodía resulta quizás demasiado festiva.  

‘California’ (2004, Lenny Kravitz)
Leonard Albert ‘Lenny’ Kravitz no es simplemente un cantante popular: es un compositor, multi-instrumentista y productor que, además de hacer la voz principal y las de apoyo de sus temas, suele tocar él mismo todas las guitarras, bajo, batería, teclados y percusión cada vez que graba. Todo un laburante que en esta canción, aparentemente, expresa sus propios sentimientos tras mudarse a California.

‘Fuck California’ (2004, The Presidents of the United States of America)
Más conocidos como ‘The Presidents’ (o directamente ‘PUSA’) esta banda de rock alternativo o ‘pop punk’ se caracteriza por sus letras humorísticas, en contraposición con la ‘protesta’ que en general suele asociarse al estereotipo punk. En este tema, sin ir más lejos, proponen una verdadera balacera de puteadas que gritan ‘Fuck California’, ‘Fuck San Francisco’, ‘Fuck San Bernardino’ ‘Fuck Santa Cruz’ y hasta ‘Fuck Winona Ryder’.

‘California on my mind’ (2009, Wild Light)
‘A la mierda con hoy, a la mierda con San Francisco, a la mierda con California’, reza la letra de esta canción haciendo gala de una sutileza finísima. El tema proviene del único disco que hasta ahora lanzó la banda (titulado ‘Adult Nights’) y el mensaje suena desde luego bastante furioso, de hecho el propio vocalista del grupo, Tim Kyle, reconoció en una entrevista haberlo escrito ‘durante un mal día’. No será el tema del año pero sí se deja escuchar, y por momentos la voz de Kyle cabalga con una gran elegancia sobre un potente enredo de armónicas y guitarras. Sugerimos que usted mismo lo pruebe. 

‘California King Bed’ (2010, Rihanna)
Si bien no se trata de un estilo musical que en particular nos conmueva, tampoco se puede negar que algo tendrá esta barbadense de veinticinco años que no para de meter hit tras hit en los ránkings del mundo. De todas formas la incluimos, porque en este blog somos democráticos.

‘California Gurls’ (2010, Katy Perry)
La situación es parecida a la de la canción anterior: se trata de una chica que no nos encanta, pero su capacidad de generar hits es tan apabullante que uno no puede más que rendirse ante la evidencia de que algo extraordinario deberá tener. Hubo sí una canción, ‘Hot N’ Cold’, que en un principio pareció tocarnos cierta fibra, pero todo terminó cuando la publicidad arruinó la magia, tal como les pasó a tantos otros temas prometedores. Yendo al grano: desde su tercer álbum de estudio, ‘Teenage Dream’, lo que sigue se llama ‘California Gurls’ y cuenta con la invalorable participación del rapero Snoop Dog.

‘California 37’ (2012, Train)
Famosos por su megahit ‘Hey Soul Sister’ (quemado también por un comercial), esta banda de San Francisco es calificada por los compañeros de All Music como unos de los ‘baladistas’ más populares de los últimos tiempos. ‘California 37’ es su sexto álbum de estudio, cuyo noveno track homónimo aquí presentamos.  

‘California’ (2012, Delta Spirit)
Delta Spirit se ha venido caracterizando por combinar instrumentos no convencionales y desarrollar sus temas mediante el instrumentalismo y la espiritualidad, basándose en una serie de composiciones que se balancean entre el rock y el soul. Esta canción de su tercer álbum de estudio (a nuestro entender, olvidable) propone así y todo algo tan inteligente como: ‘Quiero que te mudes a California por ti/ quiero que encuentres todo lo que tu corazón necesita/quiero que te mudes a California por ti/pero no por mi’.

‘Queen Of California’ (2012, John Mayer)
‘Born and Raised es un disco reflexivo y melodioso que aleja a Jouhn Mayer de su paso fugaz por el estrellato de Hollywood y los escándalos amorosos (Jennifer Aniston, Taylor Swift), y lo acerca más al estilo de los singers/songwriters de los setentas, como si estuviera tras los pasos de Neil Young’, escriben con conocimiento de causa desde nuestro blog amigo Malbec&Blues. En suma: ‘Queen of California’ es un tema con agradables armonías en la guitarra en el que este joven artista criado en Connecticut relata con cierto tono triste cómo sus sueños ‘ya no son lo que eran’. Para tener en cuenta.

‘Cruising California’ (2012, The Offspring)
Hasta los fans más acérrimos de la banda aseguran que la canción es tan mala (más precisamente, tan ‘corny’), que no puede ser más que un chiste. Y hay que decir que la letra suena bastante pava, aunque la melodía no es tan horrible y al final termina resultando pegadiza. Como sea: somos muchos los que, por diversos motivos, les tenemos cariño a estos punkitos del Orange County, así que con ellos nos despedimos de este tour.

Hasta la próxima. 

viernes, 3 de agosto de 2012

¿Por qué Villa del Parque?

Cada quien vive donde quiere, o donde puede. Desde aquí, algunas de las razones para instalarse en este sencillo pero colorido enclave de la ciudad autónoma.

En Villa del Parque hay lugar
Lugar para vivir (no está todo copado hasta el cielo, como en Belgrano); lugar para estacionar (casi todas las calles son anchas); lugar para pasear el perro y distenderse (Agronomía); lugar para circular plácidamente sin tener que andar por ahí chocándose con todo el mundo. En Villa del Parque no vive tanta gente, así que no suele haber cola en el supermercado, ni muchos embotellamientos, ni listas de espera en los restaurantes. Casi nadie viene a Villa del Parque si no es porque tiene un amigo, o un pariente, o una novia, y eso porque acá no hay nada extraordinario más allá del paisaje arbolado, casas bajas, negocios de barrio y  gatitos en las ventanas.

Villa del Parque es barato
Alquilar no es tan caro, pero no es solo eso: dado que los alquileres de los locales también son más baratos, por ende resultan a la vez más económicas cosas como el lavadero, el café, la ropa, el gimnasio o los tomates. Sí es cierto que por la zona cercana a la calle Beiró (donde Villa del Parque se “devotiza”), es todo un poco más costoso; pero en lo que son los límites con La Paternal y Floresta no hay motivo para escandalizarse con los “valores turista”.

Villa del Parque respira fútbol
“Frente a la plaza, en la calle Marcos Sastre, funcionaba el Club Parque, de cuyo departamento de fútbol infantil surgieron figuras como Juan Pablo Sorín, Esteban Cambiasso, Carlos Tévez, Fernando Gago y Federico Insúa, y donde también jugó alguna vez nada menos que Diego Armando Maradona. A escasas cuadras, en Nogoyá 3045, se levanta la sede Capital del Racing Club de Avellaneda, espacio de importantes actividades deportivas y culturales del barrio”, apuntan desde Wikipedia.  

Villa del Parque está surcado por numerosos bondis
Como por ejemplo el 24, el 47, el 63, 80, 84, 105, 109, 110, 124, 133, 134, 135 y 146. Villa del Parque también está a pocas cuadras a pie de ese verdadero golazo que resultó ser el Metrobús, y como si fuera poco en términos de conexiones el ferrocarril General San Martín te deja en Retiro en menos de veinte minutos y es una de las pocas líneas que aún permite una de las experiencias ferroviarias más placenteras y excitantes: la de viajar sentada en la escalera con la puerta abierta, mejor si es con lentes de sol y el pelo al viento. Falta que nos abran la estación San Pedrito del subte (a propósito, ¿para cuándo?) y estamos listos. 

Villa del Parque hace escuela en tango
En Terrada 2410 Mariano Mores compuso su célebre ‘Cuartito Azul’, presumiblemente al ver como se descascaraban las paredes de uno de los dormitorios de la vivienda que hoy puede visitarse los fines de semana de 11 a 19. También Horacio Salgán empezó su carrera en el Cine Universal de Villa del Parque, y se sabe que Julio Sosa vivió en el barrio justo antes de su trágica muerte. Hay quienes cuentan que en la esquina de Melincué y Cuenca (donde ahora pusieron un Farmacity), había un bar en el que alguna vez Aníbal Troilo se quedó bebiendo hasta cualquier hora, y cuando alguien por fin le sugirió “Pichuco, ya vamos”, él se quedó mirando a la nada y con una voz como de ultratumba dijo: “Vayan ustedes”. Pero Villa del Parque está repleto de tangueros viejos, tangueros que, si nos dan ganas, podemos ir a bailar cualquier día de la semana, total que tenemos al mejor profesor del mundo y él enseña algunas veces en la Asociación de Vecinos de Villa del Parque, otras en Gimnasia y Esgrima y también en la Asociación Cultural H.L de Roffo y en la Vecinal de Fomento y Cultura ‘Corporación Mitre’. Por lo menos milonga hay para rato.

En Villa del Parque se come más o menos bien
Claro que no sobran los bistrocitos, ni hay Starbucks, ni cupcakes, ni restaurantes japoneses, y muchísimo menos cafés con campanas sangucheras preciosas y flores y pizarrones; pero sí tenemos un montón de parrillas modestas y económicas; y también hay un bar (La Unión, en Cuenca y Nazarre) donde hacen unos tostados riquísimos, los mozos son amables y el wi-fi corre como un avión. Es cierto que los nombres de los locales pueden sonar un poquito repetitivos (se puede comprobar en este link), pero eso no es problema en tanto no nos cobren 8 pesos una factura por el solo hecho de que la panadería tenga un nombre como “La medialuna esquizofrénica”. En suma: que “Del Parque” está bien si con eso podemos darnos una idea de lo que nos vamos a encontrar.

Villa del Parque tiene blues
“Noche”, lo que se dice “noche”, en Villa del Parque no hay, pero sí funciona sobre la calle Cuenca (cuándo no) el club ‘Eter’, donde de jueves a domingos tocan excelente bandas de blues, jazz y rock en un ámbito acogedor y provisto de una buena barra de tragos a precios más que razonables. ¿Qué cuanto sale la entrada, preguntó alguien? Nada. Cero pesos. Y a los grupos tampoco les cobran por tocar. Recomendable siempre, pero sobre todo cuando tienen lugar las llamadas ‘Jam Jazz Nights’, de las que cualquier instrumentista o vocalista puede participar para zappear hasta que la velada o el público digan basta.

Desde Villa del Parque se ve el cielo
En la calle, o por la ventana, o desde las terrazas, porque la mayoría de las casas son bajas. Pero hay algo todavía más destacable: es raro ver en Villa del Parque una propiedad que sea un castillo y al lado otra que luzca como una choza. Acá todo es más o menos parejo, y eso también puede ser muy digno. Entre estas calles de Buenos Aires la vida se presenta bastante real, barrial sin afectación, normal, accesible, abierta. Y es reconfortante saber que aun con cortes de luz, aun con vecinos encandalosos, y cada tanto alguna rata, aun con la soledad –todavía y siempre-; así y todo es posible disponer de un par de baldosas debajo de un techo donde acomodar nuestras cacerolas, petates, libros, y con muchísima suerte un gato, para armarse ahí un refugio al que volver cuando uno tiene ganas de conectar con ese mundito propio, recostarse sobre una cama caliente o encontrar algo de paz. 

lunes, 18 de junio de 2012

Buenos Aires, tierra de teatro

Aunque los números no cierren y en el camino haya que dejarse la vida, el teatro independiente porteño sigue en carrera y mostrando además una calidad extraordinaria.

Las obras de teatro independiente no son productos que puedan venderse de antemano, ni resumirse en un trailer vertiginoso o un par de diálogos publicitarios. El deleite que provocan es más… sutil. Más complicado. Porque no se trata de puestas “divertidas”, o de textos con ideas facilongas para que la gente se vuelva a casa feliz y con las expectativas colmadas. Sin embargo, contra toda regla del marketing, en Buenos Aires las obras de teatro independiente se multiplican, y el público las acompaña, y la crítica las celebra, quizás justamente porque ese placer sutil –el que arranca por ingresar a una sala pequeña, obligarse a comprender otros lenguajes y quedarse, al final, con la cabeza llena de preguntas- constituye el acceso a un tipo de sensaciones tan sublimes como auténticas.

A principios de 2002, cuando los medios del mundo relataban cómo la Argentina se caía a pedazos, algunos corresponsales fueron suspicaces como para notar otro fenómeno más allá de los cacerolazos: el de una cartelera teatral que se mostraba más viva que nunca. Aun entonces se exhibían en Buenos Aires más espectáculos que en muchas ciudades del Primer Mundo, y ni hablar si los datos se cruzaban con los de países vecinos.

Hoy, lejos de decaer, la movida del off porteño se mantiene de lo más burbujeante: sólo en una semana se exhiben en la ciudad unas 700 obras, y lo mejor es que no se trata de un boom ni de una moda, sino de un fenómeno sostenido y de largo aliento. Porque en Buenos Aires hay teatro en la calle Corrientes, pero también en las salas mínimas, en las plazas, en las cárceles y en los garajes, en los colegios y hasta en las casas.  

Para comprender este hecho es preciso trazar una división: la que existe entre los circuitos comercial, oficial e independiente, ya que éste último es el que se ha caracterizado por dar batalla más allá de todo contexto. Ésa es la diferencia clave que el off muestra con respecto al teatro comercial, que para llenar las salas suele tener que apostar a estrellitas o fórmulas ya probadas. El teatro independiente, en cambio, puede permitirse otra clase de búsqueda, aunque para eso tenga que dejar el alma.

Soy actor, quiero actuar
En general las puestas del under tienen un año de preparación, y durante los tiempos de ensayo ninguno de los actores cobra un peso. Según cuentan los directores, organizar las producciones es un verdadero parto, ya que los integrantes del elenco tienen además sus respectivos trabajos (algunas veces en oficinas, otras haciendo publicidades), con lo cual los horarios se vuelven realmente difíciles de combinar.

Si bien es cierto que gran parte de las obras obtiene un subsidio (que se tramita a través del Instituto Nacional del Teatro, que depende de Cultura de la Nación, y Proteatro, en la Ciudad de Buenos Aires), estas cifras con suerte alcanzan para pagar la sala y la escenografía. El resto de la compañía trabaja en cooperativa y divide el ingreso que entra por boletería tras cada función. En la mayoría de los proyectos la inversión inicial parte de los propios actores, directores, escenógrafos, iluminadores y músicos, que participan del proceso creativo en forma gratuita o recibiendo montos de dinero ínfimos.

Lo que resulta fascinante es cómo, más allá de estos precarios procesos de producción, la escena del off porteño alcanza una calidad que sorprende a locales y extranjeros y triunfa en festivales internacionales, prestigiando así a todo el teatro argentino.

“Los sinónimos como ‘off’ o ‘under’ hablan justamente de una escisión respecto de un lenguaje instituido”, explica Guillermo Cacace, director de las premiadas Sangra y Stéfano. “Por eso el independiente es un teatro que merece un gran cuidado, porque tiene que ver con el deseo del artista por fuera de los límites que le puede imponer un sistema. El teatro independiente ha hecho por el movimiento teatral de Buenos Aires lo que ningún otro sector, porque es semillero de talentos y el lugar donde nacen los lenguajes. Pero ya lo decía Peter Brook: un teatro de riesgo no puede depender de la boletería”.

Javier Acuña, actor y director de Alternativa Teatral, sostiene que “el teatro independiente ocupa un lugar de prestigio, aunque hoy por hoy muchos de sus integrantes quieren pasar al circuito comercial. Quizás después vuelven a hacer teatro independiente para ‘redimirse’, pero es un ámbito en el que todo se hace más difícil y del que, efectivamente, es imposible vivir”, reconoce. “Mike Amigorena es un buen ejemplo de a lo que alguien del off aspiraría”, advierte. “Ya era conocido en ese circuito a la par que hacía algunos papeles en televisión, hasta que le llegó la oportunidad de protagonizar Los exitosos Pells. Ésa es la fantasía de muchos actores”.

Under… pressure
El teatro argentino siempre se caracterizó por ser vanguardia, un espacio en el que circula el pensamiento de cambio”, marca Lorenzo Quinteros. “Pero en un ámbito como este nada asegura que una obra va a andar bien de público, y eso no quiere decir que sea un fracaso. Por eso hay que subsidiar el teatro correctamente –explica-. Para que tenga nivel, y no solamente para que no se asfixie”.

“Con respecto a las condiciones económicas en las que producimos en Buenos Aires: son malas, claro”, asegura el director Ariel Farace. “Pero personalmente –agrega- no creo interesante el discurso que el dinero genera a su alrededor. Yo hago teatro porque quiero, y hago una obra en las condiciones en las que la hago porque lo elijo. Si no me quedo en mi casa leyendo. No es serio, como artista, quedar preso de limitaciones que terminan debilitando la posibilidad de asumir riesgos en la creación. Por eso en este panorama sobresalen las búsquedas apasionadas y sinceras, esas que lejos de las variantes económicas logran marcar una diferencia”.

Ahora bien, ¿por qué es que hay tanto teatro en la ciudad? Definitivamente las corrientes migratorias españolas, italianas y judías que llegaron trayendo su tradición teatral tuvieron una incidencia fundamental, aunque tampoco acaban de explicarlo del todo. “No sabría decir con exactitud en dónde está el origen de tanta movida”, arremete Acuña. “Quizás es que haya muchas escuelas de arte dramático que promueven el hecho de ‘hacer’, y por eso proliferan tantas obras. Pero tiene que haber algo más. Ricardo Bartís decía que el actor es un ser que necesariamente está en contacto con otro tipo de pulsión, algo que únicamente le ocurre cuando está actuando. Tal vez tenga que ver con eso”.

Los datos, en todo caso, siguen confirmando que Buenos Aires es una de las ciudades más creativas estéticamente y de mayor nivel de producción, incluso entre otras capitales que desde hace muchos más años juegan en la primera teatral.

“Mi maestra fue Alejandra Boero –cuenta Claudio Tolcachir-, ella fundó ocho teatros y siempre que tuvo dos mangos de más, lo primero que hizo fue abrir una sala”, recuerda el creador de Timbre 4. “Es difícil hacer cine con pocos recursos –dice- pero hay teatro que uno hace por uno, porque quiere, aunque sea con dos palitos, una silla y cinco personas mirando. Con eso ya se produce el fenómeno teatral y así sobrevivió el teatro independiente, aun con dictadura y aun con crisis, porque tiene esa escapatoria: lo hago y no tengo que pedirle permiso a nadie, tan simple como eso. Invito a quince personas a mi casa y hago teatro”. 

sábado, 16 de junio de 2012

Bebo, luego escribo

Un recorrido por los bares del mundo que homenajean la figura del escritor estadounidense Ernest Hemingway.

Con Hemingway pasa algo curioso. Si bien nadie duda de su talento (no por nada ganó el Nobel en 1954, y es autor, además, de clásicos como El viejo y el mar y París era una fiesta), también es cierto que no se trata de un escritor unánimemente aclamado o especialmente querido. Tanto es así, que casi es más conocido por su alocada vida que por su prosa sencilla pero potente.

No es para menos: dicen que fue uno de esos tipos duros que en la vida quisieron hacerlo TODO, desde convertirse en chofer de ambulancias para poder ir a la guerra hasta ponerse a practicar box, cacería y pesca de tiburones; desde recorrer alegremente el mundo en busca de aventuras hasta apretar con el pie el gatillo de un rifle que se había embutido en la boca (porque así fue como él mismo terminó todo un domingo de julio de 1962). Las malas lenguas dicen que era borracho, gritón, mujeriego y temerario, un ser bastante fanfarrón y encima, defensor de toreros. Y las lenguas buenas no es que nieguen lo anterior, aunque también reconocen que cuando se ponía, Ernest escribía como un maldito genio.

El caso es que, con controversia y todo, hay desparramada por el mundo una interesante cantidad de bares que explotan su figura sacando a relucir sus chapas de “aquí bebía Hemingway”. De hecho deben llevar su nombre más bares que bibliotecas. Por eso lo que sigue es un viaje tras sus huellas, un recorrido por ese circuito de santuarios etílicos dedicados al viejo Papa.

En el último trago nos vamos
Un ejemplo típico es el bar del Ritz de París, que antes se llamaba “Petit Bar” pero hoy directamente se conoce como “Bar Hemingway”. Fue elegido el mejor del mundo por Forbes y es casi un templo temático dedicado al escritor: ahí venden los whiskies que le gustaban y hay imágenes suyas en todas las paredes. A esa barra iba a beber cada noche, tras lo cual su esposa -la cuarta de ellas, la periodista Mary Welsh- terminaba siempre retándolo porque llegaba borracho. Así que cierta vez Hemingway le pidió al barman: “prepáreme algo que no me deje aliento a alcohol”. El barman mezcló entonces en un vaso jugo de tomate y vodka. “Bravo –le dijo el Nobel al otro día- La maldita Mary (bloody mary) no sintió nada”. Dicen que así fue bautizado el mejor trago contra la resaca. Y si no es cierto, seguro merece serlo.

Hemingway vivió en Cuba unos 20 años, y La Habana lo recuerda en lugares como el hotel Ambos Mundos (que conserva intacta la habitación del quinto piso donde habría escrito una gran parte de Por quién doblan las campanas) y los bares La bodeguita del medio y Floridita, donde hasta hoy se sirven, respectivamente, los mojitos y los daiquiris que el novelista siempre pedía. El primero es un lugar pequeño y entre sus paredes cubiertas de mensajes escritos se amontonan cientos de turistas, aunque la verdad es que tampoco tiene demasiado encanto. El segundo es un bar corriente donde los daiquiris terminan costando un ojo de la cara.  

Cuentan que Hemingway tenía amigos por todos lados, pero que especialmente había hecho muchos en España, país que adoraba. Y como no podía ser de otra forma en la ciudad que asegura tener “más bares por metro cuadrado que ninguna otra en Europa”, también Madrid fue escenario de borracheras épicas. En los ’50 se rodeaba de botellas de whisky y libros durante sus viajes, y solía parar en la Cervecería Alemana, la Casa Botín o el Museo Chicote. Y cuando en 1937 el novelista viajó a España como corresponsal de la Guerra Civil, escribía sus crónicas desde la cafetería del Hotel Tryp Gran Vía, que también terminó bautizando al bar con su apellido. De todas formas el hito más irónico de todos probablemente se esconda en el Arco de Cuchilleros (junto a la Plaza Mayor), donde en la puerta del local El Cuchi un cartel proclamaba: “Hemingway nunca estuvo aquí”.

A Pamplona el escritor llegó por primera vez en 1923, y luego la eligió como el escenario para Fiesta. Tan fascinado quedó con las corridas de toros que volvió a la ciudad ocho veces más, durante las cuales frecuentaba lugares como el bar Txoko y el café Iruña. Pero si hay un sitio que ha explotado turísticamente la presencia de Hemingway ése es Key West (en Florida, Estados Unidos), donde el escritor vivió entre 1931 y 1940. Ahí se puede visitar su casa y el Sloppy Joe, gran imán de turistas. También están el Harry’s Bar de Venecia (que incluso menciona en Al otro lado del río y entre los árboles), cierto resort alpino ubicado en la pequeña localidad austríaca de Schruns (donde hasta le levantaron un monumento) y el Costello’s de Nueva York, un bar de esos frecuentados por periodistas en el que, cuentan, Hemingway se peleó feo con John O’Hara.

Hay en la lista muchos lugares más. Al fin y al cabo, escritura y alcohol han recorrido un largo camino juntos, y Hemingway pelearía mano a mano con Bukowski el título del bebedor más eminente de la literatura moderna (tercero podría entrar Malcom Lowry). Pero más allá de la terrible fama, del ícono pop turístico e incluso de sus obras, Ernest dejó también excelentes tips para los aspirantes a escritores, como aquello  de descubrir  los objetos con “ojos recién estrenados” o aquella idea de narrar "yendo directo al grano”. No por nada en un poema (que justamente se titula Hemingway, ebrio antes del mediodía) Bukowski se refiere al novelista como “un hombre que era muy bueno con la palabra”. Merecido elogio, y se sabe que los borrachos no mienten.