Con Hemingway pasa algo curioso. Si bien
nadie duda de su talento (no por nada ganó el Nobel en 1954, y es autor, además,
de clásicos como El viejo y el mar y París era una fiesta), también es cierto
que no se trata de un escritor unánimemente aclamado o especialmente querido. Tanto
es así, que casi es más conocido por su alocada vida que por su prosa sencilla
pero potente.
No es para menos: dicen que fue uno de
esos tipos duros que en la vida quisieron hacerlo TODO, desde convertirse en
chofer de ambulancias para poder ir a la guerra hasta ponerse a practicar box, cacería
y pesca de tiburones; desde recorrer alegremente el mundo en busca de aventuras
hasta apretar con el pie el gatillo de un rifle que se había embutido en la
boca (porque así fue como él mismo terminó todo un domingo de julio de 1962). Las
malas lenguas dicen que era borracho, gritón, mujeriego y temerario, un ser
bastante fanfarrón y encima, defensor de toreros. Y las lenguas buenas no es
que nieguen lo anterior, aunque también reconocen que cuando se ponía, Ernest escribía
como un maldito genio.
El caso es que, con controversia y todo,
hay desparramada por el mundo una interesante cantidad de bares que explotan su
figura sacando a relucir sus chapas de “aquí bebía Hemingway”. De hecho deben
llevar su nombre más bares que bibliotecas. Por eso lo que sigue es un viaje
tras sus huellas, un recorrido por ese circuito de santuarios etílicos
dedicados al viejo Papa.
En el último trago nos vamos
Un ejemplo típico es el bar del Ritz
de París, que antes se llamaba “Petit Bar” pero hoy directamente se conoce como
“Bar Hemingway”. Fue elegido el mejor del mundo por Forbes y es casi un
templo temático dedicado al escritor: ahí venden los whiskies que le gustaban y hay imágenes suyas en todas las paredes. A esa barra iba a beber cada noche, tras lo
cual su esposa -la cuarta de ellas, la periodista Mary Welsh- terminaba siempre
retándolo porque llegaba borracho. Así que cierta vez Hemingway le pidió
al barman: “prepáreme algo que no me deje aliento a alcohol”. El barman
mezcló entonces en un vaso jugo de tomate y vodka. “Bravo –le dijo el Nobel al otro día-
La maldita Mary (bloody mary) no
sintió nada”. Dicen que así fue
bautizado el mejor trago contra la resaca. Y si no es cierto, seguro merece
serlo.
Hemingway vivió en Cuba unos 20 años, y La
Habana lo recuerda en lugares como el hotel Ambos
Mundos (que conserva intacta la habitación del quinto piso donde habría escrito una gran parte de Por quién doblan las campanas) y los
bares La bodeguita del medio y Floridita, donde hasta hoy se sirven, respectivamente, los mojitos y los daiquiris que el novelista siempre pedía. El primero
es un lugar pequeño y entre sus paredes cubiertas de mensajes escritos se amontonan cientos de turistas,
aunque la verdad es que tampoco tiene demasiado encanto. El segundo es un bar corriente
donde los daiquiris terminan costando un ojo de la cara.
Cuentan que Hemingway tenía amigos por
todos lados, pero que especialmente había hecho muchos en España, país que
adoraba. Y como no podía ser de otra forma en la ciudad que asegura tener “más bares
por metro cuadrado que ninguna otra en Europa”, también Madrid fue escenario de
borracheras épicas. En los ’50 se rodeaba de botellas de whisky y libros
durante sus viajes, y solía parar en la Cervecería
Alemana, la Casa Botín o el Museo Chicote. Y cuando en 1937 el
novelista viajó a España como corresponsal de la Guerra Civil, escribía sus
crónicas desde la cafetería del Hotel Tryp Gran Vía, que también terminó
bautizando al bar con su apellido. De todas formas el hito más irónico de todos
probablemente se esconda en el Arco de Cuchilleros (junto a la Plaza Mayor), donde
en la puerta del local El Cuchi un cartel proclamaba: “Hemingway nunca estuvo
aquí”.
A Pamplona el escritor llegó por primera
vez en 1923, y luego la eligió como el escenario para Fiesta. Tan fascinado quedó con las corridas de toros que volvió a
la ciudad ocho veces más, durante las cuales frecuentaba lugares como el bar
Txoko y el café Iruña. Pero si hay un sitio que ha explotado turísticamente la
presencia de Hemingway ése es Key West (en Florida, Estados Unidos), donde el
escritor vivió entre 1931 y 1940. Ahí se puede visitar su casa y el Sloppy Joe, gran imán de turistas. También
están el Harry’s Bar de Venecia (que
incluso menciona en Al otro lado del río
y entre los árboles), cierto resort alpino ubicado en la pequeña localidad austríaca
de Schruns (donde hasta le levantaron un monumento) y el Costello’s de Nueva York, un bar de esos
frecuentados por periodistas en el que, cuentan, Hemingway se peleó feo con
John O’Hara.
Hay en la lista muchos lugares más. Al fin
y al cabo, escritura y alcohol han recorrido un largo camino juntos, y
Hemingway pelearía mano a mano con Bukowski el título del bebedor más eminente
de la literatura moderna (tercero podría entrar Malcom Lowry). Pero más allá de
la terrible fama, del ícono pop turístico e incluso de sus obras, Ernest dejó también
excelentes tips para los aspirantes a escritores, como aquello de descubrir
los objetos con “ojos recién estrenados” o aquella idea de narrar "yendo directo
al grano”. No por nada en un poema (que justamente se titula Hemingway, ebrio antes del mediodía) Bukowski se refiere al
novelista como “un hombre que era muy bueno con la palabra”. Merecido elogio, y se sabe que los borrachos
no mienten.
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